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Yemail Arquitectura, un estudio de espíritu inquieto

Moviéndose dentro de un rango amplio en cuanto escalas, geografías y técnicas, los proyectos de Yemail Arquitectura están cargados de reflexiones que exploran la identidad cultural y el territorio que habitamos. En una conversación con Antonio Yemail hicimos un recorrido por su obra desde una mirada introspectiva en la que nos cuenta de su visión, sus proyectos y su opinión en cuanto el devenir de la arquitectura.

Casa Taller BCH 2018. Fotografía: Alejandro Arango

Figurando hoy como uno de los estudios de arquitectura más importantes y reconocidos en Colombia, Yemail Arquitectura, cuenta con un portafolio diverso que da muestra a las inquietudes arquitectónicas y académicas de Antonio Yemail, director del estudio. Su obra se destaca por su enfoque en hacer de la disciplina de la arquitectura un agente de cambio, que cree en el poder de ésta a la hora de dignificar y mejorar la calidad de vida de las personas. Es por esto que a través de la investigación, el diseño y la construcción de proyectos de diversas índoles, hay una constante experimentación en la ciudad y el medio cultural por medio de soluciones espaciales que hacen énfasis en la sencillez, la claridad estructural, la calidad de los detalles y el estímulo de la diversidad ecológica, tecnológica y social. En una conversación con Antonio Yemail pudimos conocer más en detalle su visión y su postura a la hora de proyectar arquitectura, que se encuentra en un punto medio entre la tradición y la innovación, lo que enriquece las matices y el campo de acción de Yemail Arquitectura.

En una sola palabra, ¿cómo definiría la esencia de Yemail Arquitectura? ¿Por qué?

Antonio Yemail:
Hay una palabra que es recurrente en el trabajo que hacemos que es diversidad. Lo diverso. Y tiene que ver con reconocer el territorio que habitamos y de qué manera la arquitectura puede actuar de una forma más simétrica a esa realidad, porque en la diversidad hay cierta imperfección, tropicalidad, textura. Y eso tiene lecturas en niveles muy profundos de la sociedad; cómo la gente se comporta, cómo la gente es, de qué manera habita los territorios. Y si además pensamos que eso es riqueza, y que es riqueza en términos biológicos pero también étnicos y culturales, entonces pensamos en mezclar y probar ensamblajes de distintas naturalezas, ya no solamente en términos de lo biodiverso sino de la diversidad cultural, tecnológica, material, de programas, de usos… Pues esa mixtura genera una especie de estilo libre, como un freestyle (que sería otra palabra que a mí me parece que resuena mucho con nuestro trabajo), en la que hay cierta espontaneidad en cómo enfrentar las cosas. Y en esa plasticidad de adaptarse a las cosas como vienen, hay un territorio para explorar en arquitectura y producir arquitectura. Ahí, en esa línea, nos movemos.

Casa Taller BCH 2018. Fotografía: Alejandro Arango

Entre sus proyectos más recientes y destacados se encuentra Proyecto Binario en el barrio San Felipe de Bogotá. ¿Cómo logra desde una mirada contemporánea emplazarse en un barrio con una historia, preexistencias y tipología tan específicas?

A.Y.:
Se trata de hacer una lectura por marcos de escala. A nivel de la ciudad, me parece que San Felipe es un barrio típicamente bogotano en cuanto a su escala, la conformación de su trazado, incluso esa capa de irregularidad, de discontinuidad, de ver algo como muy acabado, vacío, lleno de basura, contrastado con el jardín lleno de flores. Es decir, es la imagen típica de Bogotá: rejas, cables, huecos. Pero lo interesante es cómo ahí hay una sustancia y una materialidad. Entonces lo que nosotros empezamos a leer es también cómo en la tradición moderna hay un momento en el que hay una transición que se produce entre los finales de los 50 y los 60, de la escala de casas de dos pisos, a tres o cuatro pisos. Había ya una información, y veíamos que esa tradición tiene que ver, primero, con la materialidad, y segundo, con algo que puede ser un aporte crítico a la norma, y es el antejardín.

Entonces lo que nosotros hacemos es una arquitectura muy honesta y muy transparente, con materiales crudos, desnudos –ladrillos, calados, concretos-, pero también hay toda una estrategia de activar el antejardín de una manera mucho más armónica y abierta al barrio. Para eso lo que hacemos es una escalera que se vuelve como un mueble sobre la fachada, un retroceso de esa misma fachada, casi como una doble altura, y un espacio de encuentro ahí con un jardín, un bicicletero. Entender que ahí hay un punto de comunicación y transferencia de información con la ciudad.

También en esas búsquedas de información aparece la casa de Gabriel Serrano, que es este arquitecto moderno tan legendario de Cuellar Serrano Gómez, y él tiene su residencia-taller en el centro de Bogotá, es una obra muy linda de los 50 que existe todavía pero que ahora es un prostíbulo. Pero hay algo en esa escala en cómo, por ejemplo, separa los programas, porque había un consultorio abajo y arriba su vivienda. Entonces de alguna manera este programa es simétrico, a la izquierda uno puede entrar a la galería, pero por otro ingreso se sube a los talleres. También hay una relación con una ventana inclinada en el remate que permitía enmarcar muy bien el cielo bogotano y los doseles de unos árboles que hay ahí. Está muy apoyada en esa idea y de esa manera se resuelve.

Edificio Espacio en Blanco 2014 – 2020. Fotografía: Alejandro Arango

Edificio Espacio en Blanco 2014 – 2020. Fotografía: Alejandro Arango

¿Qué experiencias busca producir en las personas a través de su arquitectura?

A.Y.:
Hay una mezcla infinita de elementos que se ponen a jugar en cualquier obra de arquitectura en pro de una atmósfera y una sensación. Muchas de esas sensaciones están por supuesto asociadas al lugar, al uso. Pero unos comunes denominadores tienen que ver evidentemente con la actividad que pueda ocurrir ahí. A mí me parece que la arquitectura está muy definida por el uso, y en cuanto a esto con que ocurran ciertas experiencias inesperadas, eventos inesperados, pero con un confort lumínico y técnico que además se potencie por la presencia de ciertos objetos que permitan que ciertas situaciones inesperadas o no programadas ocurran.


Parque industrial y Cultural Barquisimeto-Venezuela 2015. Fotografía Irina Urriola


Parque industrial y Cultural Barquisimeto-Venezuela 2015. Fotografía Irina Urriola

En esto hay un estudio muy grande, y es el caso de la escalera; esa escalera ahí en la fachada de Binario también es un mueble y la gente se sienta ahí, contesta el teléfono, guarda la bicicleta debajo… Es decir, un dispositivo se pone a jugar en pro de activar múltiples situaciones no previstas, entonces vuelvo y conecto con la idea de diversidad. En últimas se trata de pensar que la arquitectura genera un marco de relaciones diversa, productiva, pero además no solamente entre humanos sino no humanos, con otro tipo de especies, como las presencias botánicas que puedan existir en un lugar, son formas de relacionar. La experiencia que a mí me gusta provocar tiene que ver con la interacción y la relación entre la arquitectura, las personas y otras personas, entre comunidades más amplias, entre humanos y no humanos. Todo juega en torno a esas interacciones.

Un elemento protagonista en muchas de sus obras son las escaleras. ¿A qué se debe este fenómeno?

A.Y.:
El origen de eso tiene que ver con que nosotros planteamos los proyectos desde la estructura, no solamente como un orden constructivo, o sea como un hecho técnico y tectónico que permita la viabilidad de la presencia de una arquitectura, sino que ese es el orden que le da expresividad, plasticidad y vida al proyecto. Inclusive antes que la escalera está la expresión de la estructura en nuestro trabajo. Pero claro, cuando uno piensa en cómo se salvan los encuentros, los espacios, las alturas. Uno se da cuenta que la escalera juega un rol importante porque es capaz de poner en cuestión, por ejemplo, la escala; la escalera es determinante para darle una escala apropiada a un proyecto. También porque son elementos exentos que incluso cuando la estructura y los muros están tan resueltos, las anomalías se pueden producir inclusive a partir de estos elementos por contraste. Entonces sí que nos interesa que las escaleras tengan una materialidad, una plasticidad, o un uso alternativo que genere justamente eso, una diferencia dentro del conjunto, e incluso indique posibilidades para el proyecto y resuelva programas –esos híbridos de programa-. Ahí la escalera juega un rol crucial y de alguna manera también es como un homenaje a tantas escaleras bellas que hay en la historia de la arquitectura. También es un gusto particular, que no necesariamente parte de una cuestión tan intelectualizada sino simplemente que me es afín; me gustan mucho las escaleras.

¿Cómo fue su experiencia trabajando en el Museo Nacional de Memoria Histórica, un proyecto itinerante que presentaba tantos retos desde el montaje y fabricación, hasta la sensibilidad de su contenido?

A.Y.:
Bueno fue un proyecto muy complejo, enorme, no solo por lo que suponía. El proyecto tenía que ver con la concreción del guión museográfico del futuro Museo de Memoria, y además en un contexto político determinado porque era durante el cambio de un gobierno a otro (2018) en el que había posturas muy distintas, entonces también era un proyecto con un componente simbólico, y que tenía que resolver con mucha solvencia tanto temas espaciales, como dar cabida a unos contenidos museográficos muy sensibles, pero ser además itinerante, desmontable y montable en tiempos muy cortos. Entonces este proyecto en la primera fase, después de muchas búsquedas, termina resolviéndose que va a estar en Corferias, en la Feria de Libro, en un pabellón de 1000 metros cuando el programa en general tenía casi 1700, entonces resulta un proyecto de dos niveles.

Pabellón Museo de Memoria Histórica. Fotografía: Alejandro Arango

Hay una primera partida que es más máterica, de asociarse nuevamente con un material que permitiera que el hecho constructivo ya fuera el resultado; que según como se construye no necesitara un acabado más. Y ese era la madera. De modo que propusimos unas estructuras planteadas como una especie de grilla diagonal, que permitía además interferirse por tres programas centrales: un foro, una casa y un memorial. Eso rompía la grilla, pero esa grilla también permitía generar pequeños recintos para irse perdiendo. En últimas, lo que era muy bonito era que los tres ejes desde los cuales se contaba la exposición, que eran el cuerpo, el agua y la tierra en relación al conflicto, estaban distribuidos a través de esas zonas. Pero no tenían una linealidad, lo que permitía construir una visión propia del conflicto, que era más una metáfora, en últimas, de cómo ha sido la historia de este conflicto, del que cada una de las personas que habita este territorio tiene una visión según la experiencia de vida que le ha tocado respecto a eso, si ha sido víctima directa o indirecta. Y de alguna manera eso desmarcaba la necesidad de un recorrido lineal, sino más bien de irse encontrando por fragmentos las dosis de información. Y al fondo había un elemento muy escultórico, que es una rampa que bordea un memorial, y que era un lugar de acontecimientos muy intensos, y eso permitía subir a encontrarse ya con una zonas públicas de uso de un museo, una biblioteca, unas graderías, unas salas pedagógicas, una radio… Una serie de programas más grupales. Y luego uno sale por la misma entrada; se constituía como un circuito. Entonces había una intensidad técnica muy grande de trabajo con la museografía en términos también de los guiones –que estaba a cargo de un equipo muy grande del Museo Nacional de Memoria-. La arquitectura tiene que tener cierta plasticidad pero además rigor constructivo.

De ahí después va para Medellín, que es una segunda itinerancia con dos nuevos datos. Dentro de la caja de posibilidades había que agregar dos variables más, que eran que el lugar tenía que estar afuera en el espacio público, ya no albergado dentro de una estructura hospedaría, como el pabellón de Corferias, sino ya estando en la plaza pública, de modo que la primera era resolver la cobertura. Lo segundo era que tenía que reducirse. Y para ese momento ya, por ejemplo, había ocurrido el plebiscito y otras cosas que habían ido diezmando políticamente; el clima político iba contaminando un poco la fuerza del proyecto, entonces ahí lo que hicimos fue buscar un sistema dentro del museo de lo cotidiano, es decir lo que uno encuentra a la mano, la energía de lo disponible. Ahí encontramos unos sistemas de cubiertas trimalla que normalmente son unos montajes de carpas muy funcionales para eventos de gran escala… Pero intentamos darle un click con una planta resultante del lugar en que estaba, entonces resulta como con un trapecio con unas cuñas en las esquinas para generar circulaciones. Hacemos una sola pendiente y revestimos con una carpa negra, como una lona negra que es atípica pero que conectaba muy bien con la preexistencia de un Museo del Planetario que está ahí –el proyecto estaba implantado en la Plaza de los Pies Descalzos, donde están el Planetario y un edificio de Felipe Uribe-, y así empezaban a dialogar en un mismo lenguaje las arquitecturas. Y este proyecto para magnificar un poco la esencia de su programa, lo que hacía es que convertía los bordes en lugares muy activos. Se aprovechaba la sombra de unos árboles para generar una biblioteca al aire libre, se aprovechaba una contrapendiente de la plaza para que desembocara en un salón que se abría justamente hacia la plaza. Tenía un radio de acción mucho mayor al que tenía en Bogotá. La madera se reutilizó, se ensambló, se volvió a montar, y el proyecto siguió itinerando, fue a Cali y así.

¿Cuál es el proyecto más gratificante en el que ha trabajado desde que fundó Yemail Arquitectura en 2007 y por qué?

A.Y.:
(Risas) Pues es que la práctica de esta oficina yo creo que es una práctica de esta época, en cuanto a que yo ya pertenezco a una generación de arquitectos no modernos en términos de la idealización del proyecto, o sea de la búsqueda de un proyecto singular que transforme una realidad, sino algo mucho más real, como más cercano a la forma en la que se opera. Lo que nosotros constituimos es una agenda que se conforma de pequeños proyectos, de pequeña escala, mediana escala, que en suma van consolidando unas líneas de acción, y que en unos se estila de una forma mejor. A veces hay proyectos con esta idea como más del trabajo con las estructuras, donde la radicalidad o plasticidad de las estructuras es más evidente, y en eso por ejemplo el Museo de la Memoria es muy elocuente, o por ejemplo una bodega que acabamos de hacer en Medellín que se llaman Communal son muy claras en ese sentido.

Hay otros proyectos que hablan más de la historia, de la tradición de un lugar, la materialidad. Como cosechar cuáles son las formas de hacer en un sitio y ponerlas a prueba para actualizarlas a veces desde un punto de vista crítico. Nosotros hemos hecho cosas en un proyecto académico en Palomino, por ejemplo, basado en inteligencias colectivas, o Proyecto Binario con la forma de usar los materiales. Pero a veces el tema tiene que ver con la mezcla de usos, con cómo hay cierta difuminación entre los bordes y los límites de los programas. Entonces un edificio que puede ser vivienda también es productivo, o cultural, o un espacio en el que ocurren tantas cosas inesperadas… Por ejemplo, uno de nuestros primeros proyectos fue un granero que tenía dos viviendas independientes aparte de un establo, todo interconectado, ahí ya se empieza a hablar de eso, de cómo esas mezclas se revelan en la fachada inclusive con la forma en la que se compone.

Pabellón Museo de Memoria Histórica. Fotografía: Alejandro Arango

Más recientemente hicimos un edificio que se llama Espacio en Blanco que justamente se llama «En Blanco» porque es capaz de albergar una intensidad de usos simultáneos y muy diversos en un espacio pequeño. Por otro lado hay cosas mucho más efímeras; instalaciones que le hablan a la ciudad, como una que hicimos en Monumento de los Héroes en la 80 con José Alejandro Restrepo, de coronar un monumento con una especie de instalación lumínica que permitía que la gente subiera hasta la cubierta y descendiera por todo el tripaje de ese edificio, y le da una re significación a la memoria. Se vuelve otro tema recurrente. Entonces entre más de esas intuiciones o agendas se puedan alinear en un proyecto, más pregnante y más añorable es para nosotros. Pero en últimas me interesa pensar que esa agenda se va construyendo en una cadena entre una cosa y la otra; como que un proyecto le habla al siguiente y prepara las preguntas para el siguiente y así.

¿Cómo ve la arquitectura en Colombia en este momento de la historia tan singular? ¿Cuáles son los mayores retos y desafíos que se vienen para este sector?

A.Y.:
Por un lado, en Colombia la arquitectura a veces está muy desconectada de las agendas públicas; como que un discurso de la arquitectura resuena en una clave disciplinaria y no en una clave social. A mí me interesan muchas prácticas que se producen en Colombia que son capaces de conectar sus intereses como ciudadanos con sus intereses arquitectónicos, y ese tipo de práctica me parece que es relevante y más ahora. Me parece que ya la arquitectura se está acomodando a la nueva realidad que se produjo en muchos lugares. Desde el punto de vista de la tradición y la academia, ya no existe una escuela muy clara que le permita a uno definir o reconocer de dónde viene la tradición y cuáles serían los parámetros en los que los arquitectos operan en un lugar específico. Lo que pasó tanto en Colombia en los 70 ahora parece irrelevante tanto por los fenómenos de globalización, por ejemplo, como por los cambios tecnológicos. Pero por otro lado es como una añoranza porque le quita cierta personalidad y peso a la arquitectura. Hay tantas prácticas latinoamericanas que tienen aún así unos códigos compartidos que son tan potentes y tan ricos al momento de ver y de pensar la arquitectura.

Galería Culto 2020. Fotografía: Alejandro Arango 

Pero claro, Colombia es un país que tiene muchas urgencias que a veces no dejan que eso se consolide, y siempre -por lo menos desde el punto de vista de lo público- es una arquitectura que viene a resolver urgencias y carencias; colegios, infraestructuras, emergencias sociales. Porque hay muchas deudas históricas ahí, pero en la medida en que por ejemplo la arquitectura, como tantas otras artes, permita seguir construyendo una identidad nacional que nos permita seguir reconociéndonos y entendiéndonos como nación y como territorio. Hay una tarea ahí. Yo pienso mucho en eso, en cómo es que la arquitectura también devela ciertos códigos y ciertas formas de ser de unos habitantes y de un lugar, pues me parece que ahí la arquitectura tiene mucho que decir. Además de afinar su forma de relacionarse con los problemas, que en últimas le interesan a todos y que le sirven a más personas. Entonces es una discusión que no tiene que ver con el estilo sino más bien con la profundidad de las cosas.

Fotografía: Cortesía del estudio Yemail Arquitectura
Entrevista por: Andrea Serpa Marroquín

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