Cuando se quiere retratar la guerra, el morbo puede opacar el significado de esta. Se malinterpreta, se siente ajena y la mirada que se tiene es tan escasa y poco profunda, que pocas veces se logra ir mas allá de lo obvio.
La inquietud de plasmar un conflicto ha sido siempre de gran relevancia en el mundo artístico. No solo la constante batalla que el hombre tiene consigo mismo, sino también con su entorno y aquellos que la componen.
Para el fotógrafo irlandés Richard Mosse y su espectacular obsesión con la fotografía infrarroja, era necesario esculcar en lo más lejano de su espacio la sensibilidad y excentricismo de un conflicto. Llevar esa sensibilidad a otro punto. Exponerla de una manera tan irreverente y elegante que la morbosidad no era un sinónimo.
En 2009 decide irse al Congo y llevar consigo el encanto del método infrarrojo para reflejar una guerra que ha destrozado la tranquilidad y ha dejado una sensación de desamparo en sus habitantes por más de diez años. El encanto de este efecto es que sin una cámara, el ser humano es ajeno a este color que está debajo de los que puede ver normalmente.
De esta manera, el propósito de lo infrarrojo expuesto en su trabajo “The Enclave” (2013), tuvo una excelente relación y sentido. Según él, quería ir más allá de la superficialidad con la que se trata una guerra. Quería que el efecto infrarrojo de su cámara pudiera resaltar aquellos mínimos detalles y personas que muchas veces pasamos por alto en un conflicto. Quería que este “efecto rosa” despelucara algún tipo de emoción en el espectador.
Para Mosse, la necesidad de utilizar este método como manera de ver más allá de la misma imagen era importante pues a veces, para retratar la misma guerra, hasta la misma fotografía queda corta.