© Federico Rios
¿Quiénes son las FARC? Fue la pregunta que se hizo Federico Rios hace más de una década mientras se adentraba en la espesura de esa Colombia Húmeda para fotografiar al grupo guerrillero. Y es también la pregunta que da origen a VERDE: diez años fotografiando a las FARC desde la selva, un fotolibro que reúne 350 imágenes que documentan los últimos años del conflicto armado en Colombia. El libro cuenta con la edición de Santiago Escobar-Jaramillo y prólogo de Alejandro Gaviria. Fue publicado por /Raya Editorial, diseñado por Sebastián López y la impresión realizada en Matiz Taller Editorial.
El libro se financió mediante una estrategia de crowdfunding. “Las editoriales no se comprometían con el proyecto enorme que era hacer este libro, fue un proceso frustrante encontrarse con tantas negativas” dice Federico. Pero a través de la autogestión fue posible su publicación. Una vez planearon la campaña y la divulgaron por sus redes sociales, lograron en cuatro días, recaudar en la plataforma Vaki el equivalente a 600 libros en preventa, superando con sorpresa y emoción la proyección inicial. La respuesta fue tal, que en pocos días la primera edición de 1.000 ejemplares estuvo completamente vendida. Por esa razón, a finales de abril abrieron una nueva Vaki para financiar la segunda edición, que ya está en camino. “La autogestión te permite ser libre, tener una relación más humana durante el proceso”, concluye Santiago.
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Y ya que la creación de un fotolibro es un proceso colaborativo que nace del diálogo y la colaboración entre fotógrafo y editor, hablamos con ambos sobre el paisaje y el territorio, sobre el proceso de construcción de una publicación, y sobre este acontecimiento monumental y necesario que es VERDE.
Empecemos por su nombre, VERDE, que es color, vegetación y camuflaje.
F: Verde es el paisaje; los uniformes de los que combaten a lado y lado del fusil. Es un color que se quedó como un ejercicio de neutralidad entre ambos, que también tiene una connotación de esperanza y de paz.
S: Verde fue el nombre que eligió Federico. Cuando me lo dijo me pareció increíble, no solo por la selva, por el verde del camuflado, la luz verde para lo que vendrá. Verde es también la sumatoria de estos dos colores de nuestra bandera que representan la riqueza del territorio: el amarillo y el azul. Ojalá sólo quedara ese color, no el rojo, que es la sangre profusamente derramada y que no quisiéramos ver más.
Durante estos diez años has viajado por toda clase de lugares; has tomado infinidad de fotografías, llevado una bitácora, creado tus propios mapas de caminos. ¿Cómo ha sido esa relación con el paisaje y el territorio?
F: El ejercicio de los grandes fotógrafos norteamericanos y europeos del siglo pasado era una labor de revisión del territorio. En ese ejercicio reconocían, registraban y compartían lo que veían, y ese circuito me parece fundamental. Creo que valdría la pena que más fotógrafos colombianos volvieran su mirada sobre el paisaje. Yo he aprendido de geografía nacional a través de este trabajo; tengo que reconocer que nunca me enseñaron o nunca aprendí los ríos y pueblos que ahora conozco. El Pirá y el Naya son ríos importantes, por ejemplo. ¿Los conoces? El Naya, nace en un sitio que se llama el Despunte y desemboca en un puerto que se llama Merizalde; es uno de los corredores más importantes para el narcotráfico colombiano y una región absolutamente abandonada en la que el huevo, el whisky y los químicos para procesar coca entran a lomo de mula. Ahora, la pregunta por el paisaje se convierte en una pregunta por el territorio. “¿Cómo cuido lo que no sé que tengo?, ¿cómo me apropio de esos espacios, de esos lugares que no conozco?” El libro es redundante y reiterativo en algo: nuestra riqueza está en ese verde, en los bosques y los ríos que tenemos. Y se nos está yendo de las manos; la guerra nos está quitando todo. Para mi el territorio es una víctima del conflicto.
© Federico Rios
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Este también es un libro que narra la evolución de las FARC durante varios momentos: cuando estaban alzados en armas, durante los acuerdos de paz, la reinserción a la vida civil, la reagrupación en disidencias. Y es también una historia contada a través de las relaciones, la clandestinidad, la lucha, la cotidianidad.
S: Sí, el libro está construido sobre una línea de tiempo. Nos pareció que era la manera más clara y efectiva de contar una historia. Elegimos cómo contar esos momentos, cómo hablar de ese contexto de guerra donde hay estallidos, soldados amputados, pueblos minados. Era importante incluir fotos fuertes, dolorosas que hablaran del contexto del conflicto y el dolor causado. Era la manera de mostrar lo que había pasado. Si no existiera esa tensión del principio, no sería posible entender otros momentos esperanzadoras del libro que aparecen luego. Hay dos imágenes que son muy dicientes: unas hojas con sangre, y después una fotografía de globos que recuerdan la promesa que muchos hicimos y que se nos fue de las manos. Es un inicio que podemos sentir pesado, doloroso. Pero no podemos desconocer a las víctimas de todas las violencias. En esa línea de tiempo hay una mirada artística, otra de investigación de archivo y también una mirada estética. Y existe una tensión permanente con la realidad; hay imágenes surreales, inesperadas, fotos en camuflado, fotos en ropa de civil. Vemos un contraste entre los dos estados como si se tratara de un positivo y un negativo del territorio, los diálogos que llevaron a las disidencias… Y al final un arma y una víbora que sugieren de nuevo la guerra.
F: El libro empieza por la crudeza del conflicto; evidencia el horror y la destrucción. Para hablar de la guerra hay que mostrarla, y teníamos unas responsabilidades éticas que cumplir; y el libro empieza por allí, por ese episodio oscuro. Habla sobre lo que vivimos, por dónde pasamos y hacia dónde queremos ir. El primer capítulo tiene una parte muy importante: los niños jugando a la guerra con armas de madera, y luego esa realidad de un niño que es ya un guerrillero y avanza con su fusil y su ropa que le queda grande. Un niño al que le queda grande todo, le queda grande la vida. Esos jóvenes son víctimas de una injusticia y una inequidad terribles. Si las disidencias vieran el libro, espero que se tuvieran que enfrentar a la pregunta de para qué sirvieron 53 años de guerra si hoy no hay más escuelas, ni más puestos de trabajo, ni más hospitales porque seguimos gobernados por la misma clase que nos gobierna desde entonces. Y si después de 53 años de lucha armada, los que están alzados en armas no se detienen a pensar en que somos el segundo país latinoamericano con mayor gasto militar, el asunto sigue sin resolver. Es absurdo. Si esos miles de millones los destináramos a brindar condiciones dignas, tendríamos otro país. Todos necesitamos reaccionar. El acuerdo de paz lo firmamos como país, y es un pacto que nos beneficia a todos. Cada guerrillero que decide volver a tomar las armas es una pérdida colectiva. Incumplir el acuerdo es faltarle a todos.
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El libro es entonces resguardo para los acuerdos, como decían en su presentación. ¿creen que aquellos que no estuvieron ni están de acuerdo con el proceso de paz, también se encontrarán en él?
S: (Santiago muestra la foto que dice No. 6.431.372, que fue la cantidad de colombianos que dijeron NO en el plebiscito del 2016). Nuestra postura es estar a favor de la paz, de la reconciliación, pero estas imágenes las van a ver personas que no están de acuerdo con esto. Son puntos de vista que interpelan y que cada quien tendrá que sortear.
Hablemos sobre el Fotolibro como obra, documento y objeto. ¿Por qué era importante hacer de las imágenes, una publicación?
S: Un libro puede ser un camino. Puede preguntar, puede mostrarnos una realidad que nos haga sentir distintos, que nos haga más incluyentes, acercarnos. Cuestiona la hegemonía sobre los hechos y una sola dirección frente al discurso. Para \Raya Editorial es importante tener una línea de trabajo que hable de la paz, de la reparación. Todos los proyectos que hacemos, particularmente el de Federico, nos permiten preguntarnos qué pasó e invitarnos a contribuir y ejercer nuestro derecho para expresar nuestra inconformidad, a ser actores de cambio.
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¿Cómo fue el trabajo con el archivo?, ¿la selección de 350 fotografías que lograron configurar una narrativa ante todo visual?
F: En el caso de un libro tan sensible, esa es una doble pregunta. Había fotos que para mí eran importantes desde lo estético o desde lo anecdótico que no podían estar. El proceso de edición fue complejo, pero también muy afortunado. Santiago es mi amigo y ha sido testigo del proceso mucho antes de que esto empezara a pensarse como un fotolibro. Él conocía todas las imágenes antes de que pensáramos siquiera en convertirlo en un libro y eso lo hizo más fácil. Tendría que sentarme meses para lograr algo así con otro editor, pero Santiago tiene mi idea narrativa en su cabeza. Organizamos frases visuales, armamos mensajes coherentes. Él sabía cuáles eran mis preguntas y hacia dónde quería ir. Y ordenó las fotos para que se ajustaran a esas intenciones, un traductor. Es un trabajo hermoso el que ocurre entre fotógrafo y editor.
Uno de los desafíos era condensar diez años de trabajo. Hay profesiones solitarias, pero la fotografía no es una de ellas. Para mí, el libro reúne a muchas personas que son especiales, por eso una de las partes más complejas y retadoras fue escribir los agradecimientos; sentarme a pensar una a una, en todas las personas que me habían ayudado. Juan Mosquera, mi gran amigo, un periodista con una claridad increíble, el refugio de muchas de las dudas éticas que tenía que resolver; mi familia, cada lugar donde me dieron un alimento, un resguardo en la noche, una compañía en el desaliento. No sé si hay un libro con mayor cantidad de agradecimientos.
S: Había una condición: revisar el trabajo fotográfico de Federico en su totalidad, las 42.000 imágenes. A partir de esa intensa revisión iban apareciendo algunos comentarios, realidades y vínculos que desconocíamos. Imprimimos 2.500 y establecimos un discurso que unificaba el relato, y que al mismo tiempo tenía capas escondidas que Federico podía documentar por encontrarse allí: las relaciones, el amor, la vida cotidiana, la selva húmeda, profunda, hermosa.
Mi aporte fue la investigación de archivo; elegir fotografías con mensajes encadenados que contaran historias paralelas; que iban de la guerra a la paz, de la selva a la ciudad. El libro no es necesariamente de las FARC, aunque sean los protagonistas; es sobre el perdón, lo humano, la posibilidad de encontrarnos y reconocer que somos resultado de una confrontación. Y las imágenes no están construidas desde la narrativa fotoperiodística donde las imágenes vienen acompañadas de un caption; se alejan de la racionalidad y la precisión que puede tener el comentario periodístico y apelan a una conexión con el lector desde las emociones, desde su imaginación, desde su memoria. Un fotolibro se lee como una novela, y se observa como una película. Es en el paso de las páginas donde las fotos sostienen el peso de la narrativa. Y así se abre para el lector la posibilidad de leer una historia a partir de las imágenes y los juegos que en conjunto éstas pueden configurar: ritmos, pausas, diálogos, opuestos, acción-reacción, sorpresas, clímax, cambios de temperaturas, de temporalidad, de color y de emociones. Queríamos que fuera reiterativo, que incluyera distintas maneras de decir hola, de decir basta, de decir flor.
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¿Por qué tomaron elecciones tan especiales para el objeto? Hay elementos que quiebran la estructura tradicional de un libro de fotografía. Pero no es solo eso, me parece que cada decisión, desde el formato vertical, tener el lomo descubierto, la portabilidad del objeto, hasta la elección del papel, tiene una solidez conceptual.
F: Primero, todas las fotos son horizontales, pero el libro es vertical. Está envuelto en el mapa plegable que hizo a mano mi esposa, Estefanía González, que es artista, lectora y compañera de vida; y quien desde el primer viaje, empezó a registrar la ubicación de los lugares a los cuales me dirigía. Esos mapas se fueron almacenando; eran una forma de sentirnos y escucharnos en la distancia. Eran mapas de ausencia y de cercanía. Y esa cubierta que se retira es también una alusión a las hojas que protegen el “fiambre” para comer durante las jornadas en la selva. Este no es un libro High End; es un libro para ver y sentir; que muestra la importancia de entender el ejercicio artesanal. Pensamos en las dimensiones; el libro debía ser portátil y caber en una mochila. Es el resultado de la pregunta por quiénes somos y cómo nos relacionamos con esos otros a quienes llamamos guerrilleros.
S: Entre las decisiones que tomamos, estuvo la de tener el lomo descubierto, que le quita rigidez al libro y permite que las fotos se vean en toda su extensión. Esto era muy importante para Federico, y la única manera de lograrlo era que se abriera por completo. Al prescindir de una cubierta rígida, quedaba expuesto el interior, lo que es también una metáfora y un símbolo sobre el territorio; pues el perfil de ese lomo enseña las curvas de nivel, los pisos térmicos del país. Decidimos que el libro necesitaba peso, textura; usamos un papel tipo periódico, mate, nada elegante, que conectara las precariedades que hay en la selva con estas decisiones sobre el material. El resultado es rústico, inacabado, maleable; un objeto que no es rígido ni definido. Hay detalles que tienen varias lecturas, como esa camisa que abraza el libro y que puede extenderse y doblarse, y que habla también de la topografía del país, de su relieve geográfico. Y que contiene por el tiro un mapa que se abre para ubicar todos los lugares en donde estuvo Federico -que son territorios para nosotros desconocidos-, y por el retiro presenta los créditos de todas las imágenes, como si se tratara de un segundo reconocimiento.
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Federico, para terminar, ¿quiénes eran las FARC?
F: Esa es una pregunta que aún hoy está vigente. Todavía hay muchos colombianos que creen que las FARC son narcoterroristas gracias a la información distorsionada de los medios al servicio de la ultraderecha. ¿Pero cómo están los guerrilleros hoy? No, no son estos personajes llenos de dinero, -y esto no es apología al delito, ni una lavada de su imagen, esto es un poco de realidad-. Muchos piensan que cualquier cultivador de coca es un narco, pero según el Observatorio de Naciones Unidas, quien la cultive en Colombia recibe alrededor de 200 USD al mes. Fue en ese marco de reflexiones cuando empecé a notar la ausencia de respuestas a la pregunta sobre su identidad y decidí salir a buscarlas. Y me encontré con una situación muy compleja: el 40% de las combatientes de las FARC eran mujeres. Siempre nos habían dicho que eran hombres jóvenes, fuertes y armados; pero ví mujeres, personas de la tercera edad y niños. Y aquí viene un asunto complicado pero también muy interesante de analizar: la normativa del reclutamiento se establece a partir de la mayoría de edad, a los 18 años, pero yo fotografié muchos guerrilleros menores de edad. Eso fue una bofetada en la cara; había personas que entraban al grupo armado a los 11 años. Cuando les tomaba polaroids para que las firmaran con su nombre de guerra y me contaran sobre su ingreso a las filas, ante preguntas como “¿qué la llevo a estar aquí?, ¿a usted la reclutaron o vino por su voluntad?”, las respuestas eran todas distintas. Las FARC tenían indígenas, afrocolombianos, campesinos, académicos, filósofos, campesinos. El libro lo que hace es plantear estas preguntas, no da respuestas únicas.
© Federico Rios
Fotografía libro-objeto Juan Cristóbal Cobo, Libro VERDE, Federico Rios Escobar, \Raya Editorial
*Federico Rios Escobar es un fotógrafo y reportero gráfico que colabora permanentemente con algunos de los medios de noticias más importantes del mundo; entre ellos el New York Times, Der Spiegel y la Agencia EFE; sus imágenes han encontrado un lugar en exposiciones e importantes publicaciones. Santiago Escobar-Jaramillo, también fotógrafo, es uno de los editores más reconocidos de libros de fotografía en Latinoamérica, y fundador de \Raya Editorial, una casa editorial independiente donde las imágenes son resistencia y reconciliación.
06.05.21
Por Ana Cárdenas Jaramillo