El café sigue siendo aquel elixir cotidiano que espolea los sentidos. Desde el tradicional americano, pasando por los rigurosos expresso y ristretto, hasta el solemne capuccino, la bebida del “mundo” no tiene límites en su constante evolución.
Si bien, la tradición lleva a una taza de café caliente para afrontar las adversidades del día, sin embargo, hay paladares que encuentran mayor satisfacción a otras temperaturas. Con gran acogida en países de Europa y Estados Unidos, el Cold Brew ha ganado gran reputación en el universo paralelo de placeres gastronómicos.
A diferencia del método habitual de preparación, en base a moler el café y aplicar agua caliente, el Cold Brew es una elaboración en la que los granos de cafeto son macerados y expuestos a agua filtrada. Como resultado: una bebida ligera, un poco amarga, menos ácida, que conserva las características organolépticas del café y que se toma fría.
El concepto del Cold Brew radica en que su fabricación se alcanza a lo largo de 24 horas, obteniendo un sabor intenso, cargado de matices y texturas primarias. Si la receta tiene más café, el deleite será más fuerte; si la maceración es más sofisticada, la recompensa será más oscura.
Pensado en una producción rápida sólo es necesario añadir 125 gramos de café molido en un recipiente de cristal y rellenarlo con 750 mililitros de agua pura. Al cabo de un día, se debe colar el café con un tamiz de papel.
En su versión clásica, la bebida se sirve únicamente con hielo; sin embargo, las variedades de hoy en día, incluyen sensaciones de vainilla, caramelo, cacao, crema, canela y limón, por decir unas cuantas.
Sin importar el clima actual, la tendencia del Cold Brew abarca cada vez más rincones del planeta. Desde variedades a partir de sabores glamurosos, infusiones con nitrógeno, hasta presentaciones embotelladas, el hábito de “tomar café” ha adquirido una nueva cara.