19.01.2023
Por: Ángeles Carmona Barón
Domingo, 16 de octubre de 2022, 10.05 a.m. la panorámica irremplazable de Lexignton Manhattan, delata la impronta de Nueva York. Dayra Benavides busca entre las sabanas color verde menta, las cobijas de telares mexicanos y los cuadros de Frida Kahlo el espejo en el cual se ha reconocido estos últimos días. Se mira, observa sus facciones marcadas y la tez blanca que la caracteriza, saca su barniz negro y comienza a cubrir cada centímetro de su piel: primero los pómulos, después la frente, seguido el mentón y luego los detalles restantes. Una práctica que ha sido suya desde que tenía cinco años.
Mientras tanto, continuamos con nuestra conversación anterior sucedida hace un año donde las nociones identitarias y aquello que creemos ser se percibe mediante el uso de máscaras cotidianas —ornamentos, maquillajes y accesorios, marcas o seudónimos— elementos concretos que, de forma superficial, nos constituyen. En la segunda parte escribiríamos sobre los Nadies, cuerpos que parecen ni si quiera merecer una máscara, un nombre o un recuerdo. Intentaríamos analizar las posturas propuestas por Judith Butler para atisbar la problemática de esos cuerpos que «no merecen ser llorados»; nos seducía la problemática de esos Nadies que en colectivo son más fuertes que las identidades individuales que defendemos desde nuestras burbujas; sin embargo, Benavides sigue invitándonos a la invención, al detenimiento, y claro, a la escritura. La artesana y artista pastusa vuelve a conjugar otro carnaval para hacer de este texto una historia florida.
Domingo, 16 de octubre de 2022, 10.25 a.m. el cuerpo negro de Dayra Benavides camina por la habitación del bello apartamento que aun conserva el olor a los condimentos usados en la cena de la noche anterior: celebración de vida. Ofelia, la gata dueña de casa, ve un cuerpo negro que sigue siendo cuerpo, sigue siendo Dayra, ¿o no? Altar, la obra iniciada a principios de la cuarentena, empieza a manifestarse porque la intención del personaje ya vibra en el aire. Es magia claro, aunque cueste escribirlo, es un cuerpo negroblanco que empieza a vestirse: primero, la falda rotonda roja bordada con cardos amarillos, las siluetas blancas de monstruos juegan con gallos y los soles dorados cosidos a mano. Después, la blusa de algodón, encima la pechera amarilla de flecos y los pompones rojos en el cuello. La máscara potente realizada mediante la técnica del barniz de Pasto, trabajada durante los meses de crisis, vendrá al final. Dayra ya no es Dayra, es un cuerpo blanconegro que renace dentro de cada obra desde lo otro para los otros.
La danza que la habita es una fusión de mundos complejos que parecen distantes. Primero, sus raíces cuidadas en su infancia no solo por su madre bailarina que le mostró el camino, sino por toda la red que se entreteje en su historia. El negro que cubre su cuerpo cada 5 de enero, aquel ‘juego caricia’ donde un cuerpo le pide permiso a otro cuerpo para colorearlo: «una pintica por favor», se dicen mientras untan sus dedos en la tintura negra para pintan a todo aquel que les de permiso —familiares, amigos, aquellos que aman, aquellos que no conocen— acontecimiento butleriano ya que es esa red la que nunca deberá ser destruida. Empero, Dayra debía alejarse de su centro para encontrar sus colores, actos de desplazamiento llenos de bullicio y confusión. Solo al distanciarse de su historia pudo comprender el movimiento orbital que contenía el camino de retorno. Solo al apartarse del páramo, de las lagunas sagradas con los seres que la habitan, de Pasto y su carnaval, Dayra Benavides pudo retornar a su centro entre el ruido y la prisa de un mundo que invita al afuera destruyendo las voces interiores. Dayra en Bogotá, Dayra joyera, Dayra artista, claro hay que afirmar nuevas posiciones en una ciudad desconocida; pero, el llamado interno fue aun más fuerte, un afecto por el hacer que hoy nos deleita.
Domingo, 16 de octubre de 2022, 11.35 a.m. Altar presente en las calles de Nueva York, Aurora pequeño tótem sagrado va mirando la gran ciudad. Hija, madre, abuela: conexiones que se duplican bajo el acto de la creación, hilo infinito que en esta historia se danza entre fucsias, violetas y azules turquesa.
Dayra no solo está conectando dos universos lejanos que se debaten entre la rapidez y la lentitud, también ha entrelazado capitales distantes y ha llevando las expresiones culturales más genuinas reavivando la magia que habita en aquellos lugares que parecen dormidos. «En todos los sitios hallo mi bien» dice Dayra desde la luminosidad más honesta, impronta de su obra que guarda entre colores expresivos el minimalismo de todo origen, de toda verdad contenida. Fueron las calles cercanas al Travers Park Queens los corredores apropiados para entremezclarse con la sonrisa de los transeúntes, distantes observadores que comparten desde la otredad sus alegrías. Sin aquella mirada, sin aquella sonrisa, la danza de Dayra sería un performance sin sentido, una pieza fría cargada de color. Pero Dayra Benavides y todas las mujeres a las que adorna —Andrea Echeverri, Catalina Garcia, Li Saumet— son capaces de ser otras al ritmo de los aplausos del público, festejando cada suspiro de vida y cosiendo las heridas colectivas en un hermoso conjunto. Ser ola, ser río, ser un rito continuo de descubrimientos que abre camino para todo lo que viene. Y Dayra se hace responsable de aquel peso, ella no solo fue la primera mujer en presentarse en la categoría de «Disfraz individual» dentro de los grupos presentes en el Carnaval de negros y blancos, también fue ganadora de la modalidad en 2019.
Dadas las condiciones físicas que debe presentar un cuerpo para cargar más de doce kilos en un transcurso de nueve horas; un cuerpo que porta su propia creación, un cuerpo que baila invención: práctica de descubrimiento continua, potencia de redefinición absoluta.
El Flower Festival se realizó entre el 15 y 16 de octubre en Queens, Nueva York; hoy, lunes 16 de enero de 2023, Dayra está en Pasto, al lado del volcán donde brota el milagro y así ella puede prepararse para su próxima mascarada.
Autor: Ángeles Carmona Barón
Su formación profesional como Creativa Publicitaria y Diseñadora de Moda
se ha complementado con la práctica ininterrumpida de la escritura creativa,
el dibujo, la fotografía y la danza contemporánea. Es Docente en LCI Bogotá,
tiene su propio restaurante vegano/vegetariano llamado Quinua y Amaranto y,
se encuentra desarrollando un Máster en Filosofía.
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