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Obra abierta

No existe una diferencia entre arquitectura y diseño. Las dos son formas de pensamiento.

Giancarlo Mazzanti

Pasamos la tarde con uno de los arquitectos colombianos que ha transformado el quehacer del oficio de construir edificios en una pasión cargada de reflexión sobre el espacio y su influencia en el espectador. Su aproximación a la manera como se habitan hoy los lugares, su aguda mirada sobre los factores que acompañan los materiales y su profunda ponderación sobre el fondo y la forma, demuestran por qué es el primer colombiano en ser parte de la colección permanente del MOMA en Nueva York; por qué es el primer colombiano en ser seleccionado por el centro Georges Pompidou de París en su colección permanente; por qué es el primer colombiano en ser parte de la exposición permanente del Carnegie Museum of Art en Pittsburg; por qué es el primer colombiano en ganar la Bienal Iberoamericana de Arquitectura; y por qué es el primer colombiano que ve el oficio como una mezcla de saberes que lo han llevado a ostentar éstos y muchos otros reconocimientos.

Los concursos son de alguna manera la forma tradicional como los arquitectos pueden desplegar su imaginación y creatividad. Enfrentarse en la mayoría de los casos anónimamente a un jurado supone un modelo de competencia interesante, en el que el fondo prima sobre la forma. Acerca de éste y otros aspectos de su obra, desarrollamos siete preguntas sobre actualidad de la arquitectura, comportamiento social y renovación urbana.

Fachada Ampliación Fundación Santa Fe, 2016. Fotografía Cortesía El Equipo Mazzanti

EXCLAMA:
Hoy las tendencias del diseño y la arquitectura reflexionan sobre su quehacer y la relación con la supervivencia humana. ¿De qué maneras puede cambiar la sociedad desde el diseño?

Giancarlo Mazzanti:
Para nosotros el oficio siempre se ha conectado con una arquitectura sostenible. Hay una condición normal de la arquitectura que ha sido el hecho de ser sostenible y permanecer en el tiempo, como un hecho fundamental. Hoy el cambio climático es también fundamental. En muchos de los proyectos nos llaman para proponer estrategias frente al cambio climático. Hoy creemos que la construcción de proyectos no debe responder a esta situación desde un punto de vista meramente físico, que se queda corto. Siempre vamos más allá de resolver un problema técnico. Nos interesa acercarnos a los fenómenos naturales buscando multiplicar los usos de los elementos como las inundaciones, las lluvias, etc. Nos interesa entender cómo construir un espacio para multiplicar los usos de los elementos que contienen los procesos de cambio climático. La arquitectura no sólo resuelve problemas técnicos. La arquitectura finalmente construye una sociedad y su mayor aporte es construir humanidad. Nuestro interés es construir un mundo más habitable, es resistir a la velocidad, a la inmediatez. Queremos reflexionar sobre los usos del espacio para de cierta manera criticar el concepto de máxima eficacia y máxima funcionalidad propuesto por la tradición del oficio. La idea de control hiperfuncional no debería ser el único concepto que gobierne un espacio. La arquitectura permite reflexionar sobre ciertos usos del espacio a partir de la forma como se habitan. Un ejemplo es la Fundación Santa Fe, un edificio que no solamente está enfocado en la hiperfuncionalidad. Nos gusta el hecho de pensar en un espacio anómalo dentro del escenario de una clínica que tiene en su interior un jardín-mariposario. Esto nos permite volver a pensar en el tiempo para conversar, en los tiempos que la ciudad no permite. La idea de supervivencia humana se puede abordar desde un enfoque ambiental que también habla de una condición que incluye a las plantas, a los animales, a las industrias; lo que nos hace pensar en cómo construir un mundo desde lo animal o desde lo vegetal. La arquitectura puede construir espacios a partir de la relación del hombre con la naturaleza. Nos preocupa entender cómo el sujeto-hombre construye desde su relación con la naturaleza. Los espacios domesticados de la naturaleza europea contrastan, por ejemplo, con la condición de la naturaleza en el trópico. Acá podemos hablar de relaciones con la temperatura, con los animales, con las condiciones climáticas.

Exterior Ampliación Fundación Santa Fe, 2016. Fotografía Cortesía El Equipo Mazzanti

E:
En este mismo sentido, hay una clara invitación a entender cómo el diseño hace parte del día a día de todos nosotros y cómo aporta a la sostenibilidad. ¿Según su posición, así como nos ayuda a vivir mejor en las ciudades, nos ha alejado de la naturaleza?

GM:
No existe una diferencia entre arquitectura y diseño. Las dos son formas de pensamiento. Cuando se produce un oficio, lo que se hace es construir pensamiento. En esa medida, no hay distancia entre una y otra. Cada vez nos interesa más hacer una arquitectura contaminada de otras profesiones. En la Fundación Horizontal, que abrimos como think tank desde hace un año, trabajamos por ejemplo, con sociólogos y con filósofos y cruzamos información desde posiciones diversas, pero siempre para hacer arquitectura. Acá vale la pena hablar de autonomía disciplinar. Hasta el siglo XIX por ejemplo, la arquitectura no era autónoma pues recogía muchas expresiones artísticas de diversa índole. Como producto de la modernidad, la arquitectura se enfocó en la forma y en la técnica mientras se autoproclamó como una disciplina única. Hoy nosotros nos preguntamos para qué se hacen los diseños y específicamente, qué propician dentro de la comunidad.

En Marinilla, por ejemplo, hicimos un proyecto en el que recogimos actos simbólicos con la comunidad en tono lúdico. Logramos hacer un proceso previo de co-creación y luego de un elaborado juego de roles, en el que diseñamos un centro educativo pensado en la relación del espacio con sus habitantes y en la forma como se relacionan también con la siembra de plantas, convertimos el espacio en reflejo de sus vivencias. El resultado es un corredor amorfo en el que la gente siembra orquídeas, comparte momentos y se relaciona con el espacio y sus pares de forma única. El centro educativo se construyó a partir de la relación de la comunidad con las plantas y con su domesticidad. Acá la gente siembra plantas, intercambia orquídeas y vive en un espacio académico único en el que hay una multiplicación de los usos. La condición fundamental de la arquitectura es la construcción de cultura. La arquitectura es un acto humano por excelencia. El significado de la humanidad no está en aislar los componentes de un experimento para poderlo entender como un elemento autónomo.

Parque Educativo de Marinilla. Fotografías: Sergio Gómez y Rodrigo Dávila

E:
Hoy se entienden la arquitectura y el diseño como disciplinas complementarias. Además, hay un claro aporte de otros ámbitos académicos en su desarrollo. ¿Cómo cree usted que se puede hacer un acercamiento al diseño desde ámbitos tan diversos?

GM:
Muchas discusiones disciplinares se convierten en la división entre forma y función. Creemos que esta discusión entre la forma y la función está clasificada muchas veces ingenuamente. Hoy hay que entender el contexto histórico, la forma como se habitan los espacios. La arquitectura la hacemos desde el oficio. Sin embargo, hoy, nosotros, desde la disciplina del arquitecto, trabajamos con otros saberes. Algunas veces, necesitamos sociólogos para diseñar. La tan discutida autonomía del oficio no puede nacer si no está permeada por otros oficios.

E:
Cuando hace proyectos de alto impacto social ¿cómo se acerca a las comunidades para entender su comportamiento? ¿Para usted, cuál es el rol que juega el espectador antes de la renovación social que plantean sus obras?

GM:
Quien construye la arquitectura no es el arquitecto. Quien la construye es quien la habita. Para nosotros la concepción de espacio no es la concepción tradicional que nos han enseñado, según la cual, el espacio es una condición vacía que se da entre una serie de elementos materiales que encierran unos muros. Para nosotros el espacio está conformado por todos los agentes que están contenidos en él. Considerando la luz, la temperatura, los objetos, los agentes humanos, que finalmente se entrecruzan y conforman una condición transversal. Si consideramos el espacio y la materia como un todo, tenemos contexto para entender otras condiciones. Para nosotros quien termina construyendo la arquitectura es el espectador.

Recinto Ferial Cartagena, 2016. Fotografía Cortesía El Equipo Mazzanti

En la Bienal de Chicago, en la Triennale di Milano y en la Bienal de Venezia, presentamos tres proyectos basados en una propuesta lúdica diferente. Aunque cada una tiene una temática específica, todas nuestras propuestas coinciden en reflexionar en la manera como el espectador se relaciona con el espacio. Nos interesaba la idea del juego, de la interacción, de la lúdica y de cómo el juego es una crítica muy eficaz y muy potente a la idea de mayor eficacia. El juego, entre comillas, no tiene fin y no es productivo; un juego es un acto humano que permite una serie de interacciones con sus reglas definidas. En ese sentido, propusimos que nuestra exposición estuviera definida por la interacción del espectador. Resolviendo la pregunta sobre el estado de la arquitectura, presentamos una maqueta sin terminar, basada en fragmentos y pensada como un elemento inacabado, cuya única opción de supervivencia estaba definida por la intervención del espectador. La exposición de la Bienal de Chicago, por ejemplo, estaba diseñada a partir de una serie de mesas, con pedazos de maquetas y fragmentos de nuestros proyectos, que muchas veces están basados en módulos, sistemas, máquinas y piezas capaces de crecer como un elemento inacabado hasta que no interviene el espectador. En nuestra propuesta el diagrama es importante, sin embargo, no es solamente un problema geométrico, sino es un problema de construir una forma para relacionarse con el espacio. A la pregunta sobre el estado de la arquitectura respondemos con el acto de hacer arquitectura. El acto de dibujar es el momento en el que se hace arquitectura por primera vez. El ejercicio de la mesa en Chicago, con los planos y las plantillas de maquetas y figuras, no tenía sentido si no aparecía el espectador.

Lo mismo pasa con los edificios que hacemos. Tenemos un proyecto de justicia restaurativa con nuestra fundación que se llama “La Casita” en el que todo el proceso se hace efectivo si aparece un alguien del programa que ha cometido un delito y que quiere restaurar a su comunidad y a su entorno.

Me interesa profundamente pensar en la arquitectura que es inacabada. Una arquitectura en la que el usuario es quien la transforma y que permite tener relaciones con el clima y con el paisaje y con lo que implica en relación con su entorno. No me interesa pensar en la arquitectura como un acto único de identidad, me interesa la arquitectura que la gente pueda apropiarse y transformarla, una arquitectura en donde la relación uso-función es diferente a la idea de eficacia. Para nosotros el valor más importante de la modernidad es poder reflexionar sobre la función.

E:
Sus proyectos impactan el ámbito del urbanismo a escalas importantes. ¿Cómo logra equilibrar la funcionalidad y la estética en un proyecto de esas magnitudes?

GM:
Uno de los temas fundamentales de la arquitectura y su condición natural es ser un acto estético en sí misma. Hoy no se puede definir qué es bello y qué no es bello. La discusión sobre la estética se pierde en sí misma. Hacemos una arquitectura que produce empatía, sin embargo, nuestra propuesta está basada en cómo propiciar y generar relaciones humanas y urbanas en el acto de la acción. El valor de la arquitectura no está entendido en sí mismo sino en lo que es capaz de propiciar en términos de comportamiento, de relaciones y en términos culturales. Cada vez que diseñamos un proyecto, pensamos en lo que significa el espacio. Cuando diseñamos una escuela, por ejemplo, pensamos en lo que significa hacer un espacio para educar. Pensamos en cómo hacer que los niños puedan recomponer su espacio, en donde puedan participar, en cómo propiciar la educación y su metodología a partir del espacio. No concibo seguir pensando en edificios educativos donde la participación del estudiante no existe. Pensamos idealmente en una facultad de arquitectura en la que los estudiantes puedan ser capaces de cambiar el espacio, de mover los muros, de convertir el edificio en sí mismo en un instrumento de aprendizaje y manipulación del espacio. La educación no es acumular pensamiento, aunque la cultura es importante, para mí, la educación (en todas las disciplinas creativas) es la capacidad de construir una actitud creativa e innovadora. Por lo general, esa actitud fractura y rompe las maneras propias de hacer.

E:
Hoy Colombia vive un momento significativo de renovación en su historia reciente. ¿Cómo pueden aportar las disciplinas creativas como la arquitectura y el diseño a ese proyecto colectivo de una manera contundente? ¿Cómo ve el rol de la Academia y sus facultades en el país en este punto?

GM:
La arquitectura tiene un rol y un valor mucho más fuerte del que todos creemos. En un proceso como el que vive Colombia, en las zonas de conflicto, por ejemplo, es indispensable. Uno de los temas fundamentales de repensar nuestro país es entender lo rural. Entender cómo podemos usar la arquitectura como herramienta de transformación e inclusión. Entender cómo la arquitectura sirve como catalizador para activar sentimientos de orgullo y pertenencia en las comunidades. Hoy estudiamos lo rural, pensamos cómo hacer inversiones en centros de acopio comunitarios donde haya educación y productividad. El valor de la arquitectura es pensar cómo ese espacio permite que las comunidades tengan relaciones con el espacio además de su función. La arquitectura debe servir para que los campesinos puedan vender su producto, pero también puedan aprender en el espacio.

Diseñamos un proyecto en los Montes de María. Un lugar maravilloso lleno de culturas populares. Hicimos un Centro de Memoria y Reconciliación con muchos usos, un espacio que además de ser museo, tiene funciones de centro de acopio y educación.

Hoy vivimos uno de los momentos más interesantes de la historia del país. Debemos entender cómo las industrias creativas construyen identidad y cultura en las zonas rurales. Si no se consolidan las condiciones rurales y la calidad de vida de la ruralidad, vamos a tener problemas muy graves. El rol de la arquitectura es fundamental. Debe poder hacer infraestructura capaz de asumir multiplicidad de usos, debemos diseñar espacios donde confluyan múltiples actividades.

En la academia, hablamos de la forma como la arquitectura es un mecanismo que propicia comportamientos y relaciones y cómo desde la arquitectura se propician procesos de co-creación en el que está involucrada la comunidad. Cuando enseño, hablo de la capacidad de construir pensamiento creativo e innovador. Creo en una actitud que cuestiona, transgrede y rompe paradigmas.

Recinto Ferial Cartagena, 2016. Fotografía Cortesía El Equipo Mazzanti

E:
En su estrecha relación con la Academia ha desarrollado un lenguaje y propuestas que enfatizan en la discusión y en la trasgresión de algunos límites. ¿Cómo ve que se ha cumplido ese esfuerzo en las nuevas generaciones?

GM:
Creo en los concursos de diseño arquitectónico. Empecé mi carrera en este tipo de actividades. Me ha sorprendido cómo en los últimos años, luego de un pico importante en los años 90 en Bogotá y en la década del 2000 en Medellín, siento que la creatividad viene en decadencia. Hay poca transgresión y poco riesgo. Sin riesgo no hay capacidad de crítica. Las universidades deberían ser los grandes focos de la crítica. Es el escenario para crear y transgredir. Posiblemente no se ha dado en los últimos años, posiblemente está cambiando, pero en la Academia no se debería resolver el programa funcional solamente. Hay que enseñar a transgredir y a replantear lo que están haciendo los otros. Hay que enseñar a tener amor por el oficio. Para mí la arquitectura es pasión.

Entrevista por Santiago Gutiérrez Villar
Retrato por José Mejía

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