“Y si ahora hablo del caso de la arquitectura es porque tengo tal pasión por ella que no puedo morirme a gusto sin haber construido un edificio destinado a lo que mayor placer me ha dado siempre: la plástica prehispánica de México y dedicado a lo que ha constituido, junto con ella, el material objetivo que indudablemente hizo de mí un pintor: el pueblo de México”. Diego Rivera.
Los dotes artísticos de Diego Rivera (1886-1957), lo llevaron a ser uno de los muralistas más importantes a principios del siglo XX junto con nombres como Ramón Alva, José Clemente Orozco, o David Alfaro Siqueiros; sin embargo, la pintura y el muralismo no fue el único frente creativo explorado por el conocido compañero de Frida Kahlo. La proyección arquitectónica también encarnó un interés especial en el artista, cuando en 1941 luego de regresar de un viaje por San Francisco, quiso poner en marcha la construcción de un lugar en el cual pudiera albergar su colección de cerca de dos mil figuras teotihuacanas, olmecas, toltecas, nahuas, zapotecas y del noroeste de México; y para esto invitó a su gran amigo, el pintor y arquitecto funcionalista Juan O´Gorman (1905-1982), embarcándose en el diseño de lo que hoy se conoce como el Museo Anahuacalli. La construcción sería en principio un rancho en el cual el y su compañera Frida producirían sus propios alimentos, pero siempre tuvieron claro que el sitio conjugaría la funcionalidad arquitectónica con la cosmogonía prehispánica.
“…cuando las bombas amenazaban nuestras vidas y hacer pintura parecía algo extravagante, Frida y yo comenzamos a construir un extraño tipo de rancho. Allí pensábamos producir nuestros propios artículos alimenticios: leche, miel y verduras, mientras nos preparábamos para construir nuestro museo…”
Anahuacalli (de la voz náhuatl), significa “casa rodeada de agua”. Para el diseño del lugar, Diego Rivera se inspiró en el concepto de Teocalli, que significa “Casa de los dioses o de la energía”, haciendo una clara referencia a la arquitectura teotihuacana donde se aprovechó la piedra volcánica del sitio, pues Rivera eligió los terrenos del Pedregal de San Ángel, que anteriormente rodearon al volcán Xitle cuya erupción en el año 400 a.c, originó un paisaje de capas de lava que, al solidificarse, formaron un ecosistema de plantas desérticas que también hacen parte del lugar. El Museo Anahuacalli es único en su tipo porque su arquitectura es influenciada por las culturas Maya y Tolteca, aunque Diego Rivera la definió como una amalgama de estilos Azteca, Maya y “Rivera Tradicional.” De acuerdo a las palabras del museógrafo y poeta tabasqueño Carlos Pellicer, quien diseñó la exposición permanente del lugar por indicación expresa del mismo Rivera, el Anahuacalli responde a la siguiente descripción: “Se trata de una creación personal empleando elementos prehispánicos, principalmente de la arquitectura Tolteca y algo de la Maya: muros en talud, pilastras serpentinas y puertas romboidales. El coronamiento piramidal acentúa el carácter del magnífico edificio. Los techos planos de la planta baja y de los pisos superiores están decorados con mosaicos originales del gran pintor como elemento de integración de la arquitectura. La planta baja está ocupada por lo azteca y lo teotihuacano. Un precioso grupo de esculturas de piedra, figurillas de barro cocido -maquetas de templos – y cerámica de vajilla.”
Se dice que el artista fue asesorado por Frank Lloyd Wright (1867-1959), el famoso arquitecto estadounidense quien celebró el uso de la piedra volcánica como elemento integrador de la obra con su entorno; un principio que utilizó el arquitecto en 1934 cuando diseño la reconocida Casa de la Cascada en Pensilvania. El arquitecto fue también una importante influencia para Juan O´Gorman quien consideraba el trabajo de Wright como el paso de una “servil veneración a la estupidez europea”, a la confianza en la capacidad creativa en la arquitectura americana.
Durante muchos años Diego Rivera dedicó su tiempo a la construcción del lugar, sin embargo, Rivera fallece en 1957 y su amiga y mecenas Dolores Olmedo Patiño generosamente asumió el costo y la responsabilidad de finalizar la obra. Finalmente, con la colaboración de Ruth Rivera -hija menor del pintor-, de Juan O’Gorman y del poeta Carlos Pellicer quien realizó la museografía del primer piso del museo, el Anahuacalli culminó su construcción en 1963 y abrió sus puertas al público el 18 de septiembre de 1964.
El edificio consta de 3 niveles o plantas que representan mundos distintos según la cosmogonía ancestral mesoamericana: el inframundo, el mundo terrenal y el supramundo. La planta baja es una representación del inframundo, un sitio misterioso y con una atmósfera sombría, constituido de pequeñas ventanas cubiertas con alabastro. En cada esquina de la planta baja son representados los cuatro elementos por sus respectivas divinidades: la diosa del maíz, Chicomecóatl, para la tierra; Ehécatl, dios del viento, para el aire; Huehuetéotl, dios del fuego, para este elemento, y Tláloc, dios de la lluvia, para el agua. La siguiente planta que constituye el primer piso o piso central, es de mayor riqueza espacial y mayor iluminación interior, resultado de los grandes ventanales que se ubican en la fachada. Allí se encuentra el acceso al museo que consiste en un arco de forma oval a la altura de unas ventanas alargadas donde se destaca el uso de la piedra ónice de color ámbar y representa el mundo en que vivimos.
La representación del supramundo se encuentra en el segundo nivel donde se albergan piezas de la cultura olmeca, totonaca, zapoteca, y mexica. Este consiste en un amplio espacio de doble altura que está iluminado gracias a grandes ventanales y mosaicos coloridos en los techos evocando la trascendencia del ser humano. Hay también una terraza que ofrece una vista privilegiada a la ciudad, al parque que lo circunda y al volcán Xitle.
Al frente del edificio se ubica una gran plaza cuadrada donde actualmente se realizan intervenciones e instalaciones concebidas por diferentes artistas, como la obra Las hijas de terracota (2019), de la artista francesa Prune Nourry, una impresionante instalación que reúne 108 esculturas de niñas, de tamaño natural, que evocan al famoso ejército de guerreros de terracota chinos. Para crear a Las hijas de terracota, Nourry trabajó por cerca de año y medio con artesanos de Xi’an en China, quienes se especializan en crear copias de los guerreros de terracota. La artista esculpió ocho esculturas originales, producidas a partir del mismo número de niñas chinas huérfanas, vestidas en uniforme escolar.
Otros espacios importantes han sido creados posteriormente como la galería Diego Rivera ubicada a un costado del edificio principal, un espacio para la realización de exposiciones temporales de alta calidad. Otro lugar significativo es la Biblioteca Sapo-Rana que alberga el acervo de 2,400 ejemplares de la biblioteca personal de la antropóloga Eulalia Guzmán. En el año 2021 se inauguró una remodelación de la biblioteca y la volvió un lugar multidisciplinar, dotada de una arquitectura de estética moderna y funcional, que la habilita para exhibir instalaciones de arte contemporáneo y obras de arte de todo tipo, así como un salón para conferencias y conversatorios. Finalmente, el Espacio Ecológico del museo cuenta con una zona ecológica de 28,000 metros cuadrado, convirtiéndolo en el único museo de México que resguarda flora y fauna propia del suelo volcánico del lugar y que el público puede disfrutar guiados por un especialista en la fauna y flora de este oasis.