El manifiesto enunciado en 2004, y que buscaba una arquitectura encaminada a reformar las viviendas y edificaciones antes que a derrumbarlas, resume en gran medida el ethos del estudio Lacaton & Vassal, fundado en 1987 en París. En palabras de Anna: «La buena arquitectura es abierta, abierta a la vida, abierta a potenciar la libertad de todos, donde cualquiera puede hacer lo que necesita» (…) «No debe ser demostrativa ni imponente, sino algo familiar, útil y bello, con la capacidad de soportar tranquilamente la vida que se desarrolle en ella».
Durante más de 30 años, su enfoque crítico de la arquitectura ha sido reflejo del espíritu democrático y del compromiso continuo con la sensibilidad de los habitantes de sus edificios. Sus proyectos parten del inventario de lo que ya existe y dan prioridad a la libertad de la vida humana a través del uso de los espacios. Primero está reconocer lo que ha sido construido y después transformarlo para hacerlo mejor. Hay una economía general que atraviesa todo; forma, medios y materiales son llevados a lo indispensable; y una generosidad que se materializa la amplitud de los espacios, en la entrada del exterior al interior.
Lacaton y Vassal crean proyectos que responden tanto a las necesidades éticas y precariedades sociales de siempre, como a las preocupaciones climáticas de las últimas décadas. Sus edificios son fuertes como su convicción, y transparentes, como su responsabilidad con las comunidades para quien construyen. Siempre han tenido claro el impacto medioambiental y la importancia de considerar la sostenibilidad en la práctica arquitectónica como un equilibrio entre lo económico, el medioambiente y el ámbito social. «La transformación es la oportunidad de hacer mejor lo que ya existe. Derrumbar es una decisión fácil y a corto plazo. Es un desperdicio de muchas cosas: de energía, de material y de historia. Además, tiene un impacto social muy negativo. Para nosotros, es un acto de violencia» Insisten.
En sus diseños de viviendas de interés social y proyectos de desarrollo urbanístico, los arquitectos modifican el espacio habitable mediante jardines de invierno y balcones que permiten a los habitantes conservar la energía y acceder al exterior durante todas las estaciones. La Casa Latapie (Floirac, Francia, 1993), las 53 Unidades de Baja Altura (Saint-Nazaire, Francia 2011), las viviendas para estudiantes en Ourcq-Jaurès (París, Francia 2013), y las 59 unidades en el Jardín de Neppert (Mulhouse, Francia 2015) utilizan técnologías similares de paneles de policarbonato retráctiles y transparentes orientados hacia el este para permitir que la luz natural ilumine las viviendas y facilite controlar la temperatura en el interior.
Para La Tour Bois le Prêtre (París, Francia, 2011) y la transformación de tres edificios (G, H e I) en Grand Parc (Burdeos, Francia 2017), junto a Frédéric Druot y Christophe Hutin, decidieron aumentar la superficie interior de cada apartamento eliminando la fachada original de hormigón, y crearon balcones bioclimáticos. Las salas de estar, antes restringidas por el espacio, ahora alcanzaban las terrazas con ventanales. Sus transformaciones no sólo permitieron ampliar el tamaño de los apartamentos, también modernizaron los sistemas de ascensores y fontanería. Todo, por un tercio de lo que habría costado construir de nuevo y sin desplazar ningún residente. Otro ejemplo notable es la transformación del FRAC Nord-Pas de Calais (Dunkerque, Francia 2013), donde en lugar de demoler el Atelier de Préfabrication nº 2 (AP2), una instalación de construcción naval de la posguerra, los arquitectos levantaron un segundo edificio, idéntico en forma y tamaño al primero con materiales transparentes y prefabricados, creando vistas sin obstáculos desde del nuevo edificio hacia el antiguo y conectados por una calle interna entre el vacío de las dos edificaciones.
Considerado el reconocimiento más prestigioso del mundo de la arquitectura, El Pritzker Architecture Prize había reforzado hasta ahora la importancia de la singularidad del arquitecto, invisibilizando con frecuencia el trabajo colectivo y la labor de cooperación que requiere llevar a término los proyectos arquitectónicos. Sin embargo, la decisión de los ganadores, aunque anticipada, es una celebración de la arquitectura en comunidad. Sobre esto, Alejandro Aravena, presidente del jurado, ha dicho: “Este año, más que nunca, hemos sentido que formamos parte del conjunto de la humanidad. Sea por razones sanitarias, políticas o sociales, es necesario crear un sentimiento de colectividad. Como en cualquier sistema interconectado, ser justo con el medio ambiente, ser justo con la humanidad, es ser justo con la siguiente generación«.
Y esto es precisamente lo que refleja la consistente obra de Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal.