Parecen íconos bidimensionales o siluetas, pero son tridimensionales. Son objetos inanimados pero parecen, extrañamente, objetos reales sumergidos en pintura de color sólido y mate. Las obras en gran formato (alcanzan hasta 5 metros de altura) de la artista Katharina Fritsch son esculturas realistas, impresionantes e intrigantes.
Katharina Fritsch Nació en Essen, Alemania Occidental. Hoy vive y trabaja en Düsseldorf. Comenzó a mostrar sus esculturas a finales de la década de los setenta, razón por la cual hace parte de la generación a la cual pertenecen artistas alemanes como Thomas Schutte o Stephan Balkenhol, aquellos que introdujeron la figuración en la década de los ochenta dando un giro radical a la escultura que se venía realizando en los últimos años. Y aunque no hace parte de la larga lista de artistas jóvenes contemporáneos que impregna el arte de nuevas ideas, Fritsch sigue exponiendo, sorprendiendo y creando.
El color juega un papel especial en la obra de Fritsch, que tiene sus raíces en visitas durante la infancia a su abuelo, un vendedor de materiales de arte de Faber-Castell; además hay una combinación de manejo artesanal y de producción industrial. Aunque la mayoría de sus trabajos iniciales estaban hechos a mano, en la actualidad Fritsch sólo hace los modelos para sus esculturas y luego los envía a fábricas para su producción.
Su trabajo es un juego entre la realidad y la apariencia. La alemana representa formas de animales y de seres humanos con una minuciosidad abrumadora, para después pintarlos de colores inverosímiles. Aunque es posible reconocer todo, es extrañamente distante al mismo tiempo. La iconografía de sus obras deriva de muchas fuentes, incluyendo el cristianismo, la historia del arte y el folclore.
Pulpos, ratas, calaveras, virgenes, poodles, bebes y una gallina azul gigante son algunos de sus personajes que desde el minimalismo, proponen todo un concepto en el que se siente un sutil sentido del humor y una inmovilidad gigante que impacta.