En 1994, Maurizio Cattelan, ubicó en una exposición en Nueva York, a un burro que daba vueltas debajo de un candelabro. Aunque este duró solo una noche, pues por obvias razones, los vecinos se quejaron de los bramidos del animal. En otra ocasión colgó en la puerta de su galería un aviso que decía “Torno súbito” (vuelvo pronto) y el espacio permaneció cerrado durante toda la muestra.
Incluso fue quien en 1991, en medio de un fuerte debate sobre inmigración en Italia y en respuesta a una ola de sentimiento xenófobo, formó un equipo de fútbol compuesto en su totalidad por inmigrantes del norte de África, quienes jugaron tanto al aire libre como en lugares de exposición (Stadium). Sus uniformes llevaban el emblema Rauss, que rememora la frase nazi Juden raus (Judíos fuera de aquí). También puso al Papa Juan Pablo II aplastado por un meteorito (La Nona Ora), una escultura que le costó el puesto al director del Museo de Bellas de Artes de Varsovia, quien se atrevió a mostrarla. Y como si fuera poco, puso a Hitler de rodillas, como suplicando por perdón.
Eso y más ha hecho el loco, genio, iconoclasta egomaníaco y una de las más grandes estrellas del arte contemporáneo internacional, el artista Maurizio Cattelan (Padua, Italia, 1960). Con esculturas hiperrealistas y un estilo muy distintivo lleno de ironía y sátira, Cattelan ha logrado estructurar bromas pseudo intelectuales con las cuales comunica ingeniosamente mensajes políticos y construye críticas muy ácidas sobre el poder. Críticas que revelan grandes contradicciones que surgen de la sociedad actual.
Por otro lado, la muerte ha sido un hecho al cual ha recurrido regularmente en sus obras. Particularmente, hace uso de la taxidermia para explorar esta preocupación temática que en definitiva acecha la cabeza del artista y se cuela en casi todas sus manifestaciones.
Audaz, irreverente, provocador. Reflejado en la cultura popular, la historia y la religión, su trabajo es una mordaz y brillante crítica a la cultura contemporánea. Su anarquismo se extiende a obras que giran en torno a su identidad como italiano y las tensiones del panorama político, pero también las ha llevado a otro nivel, realizando esculturas en las que él mismo es el protagonista. De esta manera ha promovido su imagen como la de un hombre común y corriente en el papel de tonto, evitando así que nosotros lo hagamos.
Dos ejemplos: un diminuto Cattelan colgando de un perchero de metal, vestido con el característico traje de fieltro del artista alemán Joseph Beuys; la obra se llama La Rivoluzione siamo noi. Y por otro lado, una instalación creada para el Museum Boijmans Van Beuningen, en Rotterdam, que muestra una escultura del artista chismoseando de forma pícara desde un hueco en el piso de la sala de pinturas de los Grandes Maestros.
Además de creador, Cattelan se ha desempeñado en otras áreas del arte: ha sido curador de arte (curó la Bienal de Berlín de 2006) y ha dirigido galerías como la Wrong Gallery. Pero además ha hecho parte de un medio que siempre le ha fascinado, el medio editorial impreso, lo cual lo llevó a crear su propia revista llamada Toilet Paper, publicación que resume dicha fascinación por los medios impresos.
Él dice que nunca habla de su propio trabajo como una broma, pero pocos le creen porque el comentario llega siempre acompañado de una carcajada. Sus obras se vende en millones de dólares en subastas y al mismo tiempo es ridiculizado por buena parte de la crítica. Así es Cattelan: odiado por mucho y amado por otros que respetan y adoran su brillante talento para construir ideas que dan en el punto necesario para producir sensaciones y emociones.