A las afueras de Villa de Leyva, sumergida en el paisaje boyacense se encuentra la “Casa de Tierra” diseñada por el arquitecto Alberto Arango. Descrita por su creador como un bloque de tierra abierto al cielo, es una obra que busca comprender la relación de la arquitectura con el mundo a partir de nuestra posición intermedia entre el cielo y la tierra.
Esta poética idea surge de la limitante normativa de construcción que se permite en Villa de Leyva. Al ser monumento nacional de Colombia, el estilo colonial que la caracteriza no puede ser alterado, por lo que las nuevas construcciones se han preocupado tan solo por mantener esta estética en las fachadas, sin darle mayor importancia a reflexiones arquitectónicas de otro tipo. En conciencia de esto, la Casa de Tierra retoma un modelo tradicional pero lo reinterpreta con la materialidad de los acabados en relación al medio del que hace parte, tejiendo una narrativa más contemporánea y rica, donde se desdibuja la separación del humano civilizado con la naturaleza.
La casa fue construida a modo de “claustro tipológico”, es decir a partir de una planta cuadrada en la que el centro es un patio con techo abierto, respondiendo a la organización típica de una casa colonial. Sin embargo, el concepto de la vivienda va más allá de acomodarse a las normativas de la edificación, lo que le da sentido y belleza es una sensible lectura de la geografía del lugar.
El páramo de Iguaque, las formaciones rocosas, el suelo seco y sus pequeños lagos, incluso el pasado remoto en el que terreno fue océano durante el periodo cretácico y que ahora es territorio desértico y montañoso, fueron fuente de inspiración para crear el lenguaje de la casa. Traducir toda esta información al uso de texturas contrastantes para que la construcción se convirtiera en la materialización de la historia que cuenta el paisaje, el conector entre la tierra y el cielo.
Así la sencillez de este bloque de tierra abierto al cielo, está compuesto por las distintas texturas de cada uno de los materiales utilizados. La cubierta y las columnas que la sostienen están hechas de concreto ocre a la vista y los muros son de adobe prensado a mano, lo que le da un acabado rústico y la personalidad cromática de la tierra que se mimetiza con el terreno. Mientras que el patio central, recibe la luz del cielo con una baldosa turquesa, que en conjunto con la celosía que protagoniza la entrada, aligeran la rigidez de la forma, la hacen habitable y le dan sentido doméstico.