Por Andrés Rodríguez Stepanichtchev
En la vasta multiculturalidad que reside en Colombia, los oficios, saberes y técnicas nativas siempre se han mantenido como los pilares que hilan siglo tras siglo la historia de nuestra nación. Con cada nuevo centenar, el acervo más profundo de las tradiciones indígenas continua subsistiendo a través de sus artesanías.
Desde pintar la cerámica, tejer la fibra, forjar la arcilla, hasta teñir el algodón, las técnicas ancestrales propagan incontables crónicas. No es necesario conocer al detalle la historia, solo con percibir la esencia de una única pieza, se puede llegar a entender las formas de vida de toda una civilización.
Con el paso de una nueva edición de Expoartesanías, remembramos la erudición de los pueblos indígenas por medio de sus creaciones; objetos que se desligan del transcurrir del tiempo para convertirse en contenedores de semblanzas, de memorias eternas que trascienden la misma existencia.
La etnia Cubea, del departamento del Vaupés, se caracteriza por su patrimonio simbólico representado en la labranza de la cerámica, la madera y sobre todo la cestería. El canastillo Pantalla, hecho a mano en fibra de guarumá, encarna uno de los recipientes que preserva las palabras del padre ancestral. La técnica de su entretejido alude a una ilustración en papel pero dibujada con caña.
Oriundos de Sibundoy, Putumayo, los Kamëntsá son agricultores innatos y cultivadores de plantas medicinales y mágicas desde hace más de 500 años. Transportan sus productos místicos en mochilas que ellos mismos tejen con hilo de algodón, en base a la técnica del telar manual, las cuales recuerdan las vivencias de sus antepasados. Las figuras entretejidas de cada mochila evocan la fertilidad, la tierra, el vientre, el agua, el ser y las montañas de su contexto sagrado.
El Benkhuun, médico tradicional del pueblo Wounaan, tiene el poder de controlar la salud y la enfermedad en su comunidad; en medio de su ritual para conocer las dolencias de la persona, cuenta con un barco espiritual que provee defensas y protección en el hogar. Asentados hace más de cinco siglos en la Cuenca del Bajo San Juan, en el Valle del Cauca, estos tejedores de redes elaboran los barcos espirituales en balso, con ilustraciones que muestran la ceremonia de curación del chamán.
Por su lado, los Wayuú, residentes en la Península de La Guajira, plasman sus conocimientos en objetos tejidos de gran estética, funcionalidad y sinfonías cromáticas. El chinchorro, conocido comúnmente como hamaca, es fundamental para su cultura, pues es el espacio sacro donde duermen y reciben a las visitas. Con un tiempo de producción de tres meses, esta pieza se confecciona a partir de hilo acrílico con algodón y dos técnicas diferentes: el cuerpo se crea en un telar vertical y los flecos o guarniciones se hacen en crochet con hilo y aguja.
Terminamos este viaje geográfico con los Eperara Siapidaara, provenientes del Río Naya del Valle del Cauca, y su canasta Cuatro Tetas. Bajo la manifestación Aspemiara (pensamiento de mujeres indígenas), el chocolatillo, como material, y diversos métodos orgánicos de creación, este objeto permite portar tanto la pericia de una generación como los artículos convencionales de hoy en día. Todo saber Eperara colinda en dos universos espaciales, el de los espíritus y el del ecosistema tangible.
“En la medida que el ámbito indígena se difunde y colora a los otros grupos y realidades; en la medida que se proyecta sobre ellos, la diversidad de sangres, cultura e intereses adquiere el frescor rudo de una esperanza inédita, y la sabiduría absorta de quien empieza reconocer su fortaleza”, José María Arguedas.