Nueva York tiene un montón de sorpresas; una tienda nueva en cada esquina, una vestimenta inesperada, una oferta gastronómica inmensa. Nueva York es muy emocionante, pero todo neoyorquino ansía de vez en cuando hacer una pausa del caos de la ciudad. Si usted quiere hacer un plan diferente y decidiera hacer su transición entre la selva de cemento y la inmensidad del bosque de acres de la zona norte del estado de Nueva York, llegará a un lugar donde el arte lo atrapa.
Para llegar allí, se embarca posiblemente en un tren hasta la estación de la ciudad llamada Beacon, y ahí va a encontrar algo que va a llamar su atención: Dia Beacon, una antigua fábrica de impresión a orillas del río Hudson, este espacio presenta la mayor parte de la colección de arte de Dia desde la década de 1960 hasta el presente, así como exposiciones especiales, nuevos encargos y programas públicos y educativos. Desde su apertura en mayo de 2003, Dia Beacon ha ayudado a transformar la ciudad de Beacon en un destino artístico vibrante para visitantes de la región, la ciudad de Nueva York y más allá.
Este lugar, contiene las Riggio Galleries de Dia:Art y se rodea de jardines y varias hectáreas de bosque. Dia es la palabra griega para «a través de»: Dia, además de ser pionera en la adopción de construcciones industriales para la exhibición de arte –una práctica común en estos días–, fue grosso modo la fundación promotora y posibilitadora del arte postmoderno que, con sus enormes formatos, no habría podido realizarse en ningún lugar más allá de los planos sobre el papel. Dia Beacon nace para abrirle vías al arte postmoderno y contemporáneo. Para esta sede, se adoptó una antigua imprenta construída en el 29 para crear un espacio expositivo de alrededor de 22.000 metros cuadrados donde las obras se pueden exhibir a plenitud.
Al ingresar, da cuenta del evidente contraste entre la fachada y el interior; este edificio es apaciguado por fuera, e imponente por dentro. Se siente la inmensidad de la plataforma enorme que se divide por pasillos con cuartos que se esconden de la entrada principal. Sencillo y a la vez laberíntico.
El museo no le ha impuesto una lectura que trace su camino. El museo respira. Acá el espacio está limpio, no hay tumulto. Acá el espacio es para uno. No hay protocolo ni ojos encima. Hay paz y hay arte. El museo todavía vive, no se ha dejado sofocar por las poderosas manos de la burocracia y la institucionalización.
Caminará a sus anchas y verá fotografías de Bernd y Hilla Becher. Pinturas de Gerhard Richter y Robert Ryman, en los dos polos opuestos del claro/oscuro. Dibujos de Sol Lewitt. El diario de On Kawara. La sutiliza de las pinturas de Agnes Martin contrastadas con la franqueza colorida de Blinky Palermo. Dan Flavin explorando la luz, y Andy Warhol explorando la sombra. La chatarrosa pero contundente escultura de John Chamberlain, y la más limpia y positivista no-escultura de Michael Heizer. Posiblemente tenga un encuentro fortuito en medio de una obra de Joseph Beuys, se sienta amenazado por la instalación de Roberth Smithson, o vivencie en carne propia la contracción misma del espacio ingresando a un monumental Richard Serra.
Instalaciones de sonido y ejercicios de transformación de la atmósfera han jugado con su sensibilidad inconciente. De repente, sin notarlo y sin querer, ha regresado al punto de partida. El museo lo llevó por donde quiso, de forma muy poco obvia. Usted pasó de un artista a otro convencido de un no del todo falso libre albedrío. Posiblemente olvidó alguna sala… si deriva un poco más va a poder encontrarla.
Ver más en: Dia Art Foundation