Cuenta la historia que los primeros tatuadores del país llegaron con ideas alocadas y un futuro incierto a un escenario estéril y ortodoxo que juzgaba injustamente a quienes se atrevían a usar dibujos en su piel. Sin embargo, la cultura y el movimiento de las ciudades impulsó a esta tribu a sobrevivir haciendo dibujos comerciales y copiando referentes desactualizados.
Incomunicados de los avances del mundo civilizado, absorbieron de revistas y noticias de viajeros las tendencias de un estilo que avanzaba vertiginosamente y se quedaron con algunas nociones tergiversadas de ese flow artístico. Entre Cali y Bogotá se creó la primera red social en torno al arte de la piel construida sobre el respeto de una jerarquía forjada en nombre del talento. En ese entonces, corría la década del noventa y los clientes pedían símbolos marineros o dibujos sencillos que no exigían al dibujante. Así, los más osados pasaban sus días cumpliendo los deseos de otros mientras buscaban expresar su talento.
En el mundo de los tatuadores la jerarquía se transfiere por generaciones. John “El Mono” lleva 25 años en el medio. Empezó en su casa, ensayando en los brazos de sus amigos del parche, hasta que ganó un poco de respeto en el barrio. Apadrinado por uno de los grandes, siguió su camino imponiendo un estilo marcado, de trazos firmes y líneas seguras con el que ganó respeto, admiración y amigos.
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