Escrito por Juan Ricardo Rincón
Fotos por Pablo Arboleda
Pocas veces nos preguntamos qué hace que algo sea patrimonio de la humanidad, pues parece no tener mayor sentido hacerse ese tipo de preguntas. Para eso está la UNESCO en quien confiamos. Y ¿cómo, no? ¿acaso no son ellos quienes están haciendo de este un mundo mejor? Por suerte, existe gente menos crédula. Este es el caso del español Pablo Arboleda Gámez, candidato a doctorado en la universidad de la Bauhaus en Weimar, Alemania. Arboleda lleva más de 10 años obsesionado por recorrer el mundo explorando los espacios que, a priori, parecen menos privilegiados, demostrando que es posible encontrar valor en situaciones incapaces de producir “épicos” selfies, que las ciudades y los verdaderos patrimonios están conformados en la acumulación de capas de vivencia; algunas veces plasmadas en torpes edificios de concreto, otras en olvidadas piscinas de barrio o, inclusive, en ex-embajadas de naciones sujetas a la voluntad gringa. Apostarle a la reivindicación de la ruina moderna como patrimonio cultural es realmente complejo. Sin embargo este plan B de Arboleda, parece estar revolviendo un avispero que lleva décadas tranquilo en la comodidad burocrática.
Conocí a Pablo curiosamente en Cartagena de Indias, Patrimonio de la humanidad. Para aquel entonces él ya había perdido el interés en el diseño arquitectónico, y se disponía a hacer de este un mundo mejor trabajando para altas organizaciones. Luego de años vinculado como voluntario en diversos campos dedicados a la preservación del patrimonio natural y cultural en Europa, y posteriormente como becario en la agencia ONU-HABITAT en Nueva York, no tardó mucho en comprender que el trabajo de las Naciones Unidas por un urbanismo incluyente es tan convencional como lento y burocrático. Fue finalmente como estudiante de maestría en Patrimonio de la Humanidad en la Universidad Técnica de Brandenburgo, donde tuvo la oportunidad de plasmar una crítica radical e incómoda del mundo en que vivimos, la manera en que categorizamos e interpretamos la historia, y la escala de valores a través de la cual consumimos arquitectura.
El caso de Berlín abandonado nace como una contrapropuesta que pretende dar voz académica a esos exploradores urbanos que en diferentes blogs nos enseñan los tesoros escondidos detrás de un cartel de ‘PROHIBIDO TRASPASAR’; una demostración de valentía y compromiso social que enfrenta el convencionalismo con que juzgamos al patrimonio por defecto. Una contrapropuesta al sentido común. No es de ignorantes, para todos el patrimonio está basado en edificios antiguos, bien mantenidos y sobre todo famosos. No entendemos el patrimonio como la reivindicación de espacios que respondan a una sensibilidad cultural y al servicio común, sino a la creación de polos de atracción. Polos, capaces de poner a una ciudad en el mapa y potencializar su turismo; el principio de camuflar la promoción, bajo el manto de la “protección”. Para Arboleda, el interés del patrimonio recae precisamente en esos edificios recientemente abandonados que nadie en su sano juicio se molestaría en visitar, y que por lo tanto permanecen olvidados porque: “A diferencia de las ruinas griegas o romanas, donde el espectador se siente representado con la idea de monumentalidad perdurando en el tiempo, las ruinas modernas poseen una belleza que no todos saben apreciar. Además, nos hablan de cómo un futuro indeseado adquiere forma, nos hacen sentir testigos involuntarios del post-apocalipsis”.
Berlín es la capital de esas ruinas modernas, esparcidas tanto por la periferia como en su propio centro urbano. Edificios que se tomaron los punkies como Iggy Pop en los setenta, la emergente cultura okupa en los ochenta, o los raves con bandas como Underworld y Dj´s como Paul Van Dyk en los noventa. Sí, esos edificios carcomidos por la hierba, los junkies y el graffiti, hacen parte de nuestra humanidad. Y claro, también de nuestro patrimonio. Precisamente por su capacidad de acumular capas de nuestra historia reciente, capas de lo que somos; aunque como sociedad sigamos obstinados en la limpieza y en aparentar una cara más amable, una cara A. Evidentemente el resurgimiento de estas ruinas no se debe interpretar desde la nostalgia histórica arquitectónica y, de ninguna manera, como un obstáculo a un desarrollo urbano coherente. Sencillamente su desuso letárgico como sí esperásemos que de la nada desaparecieran, es donde como sociedad quedamos mal parados. ¿Quién dice que el castillo de Neuschwanstein, (referencia del Castillo de la Bella Durmiente de Disney) puede enseñarnos más que un destartalado edificio de ladrillo construido por los nazis, retomado por soviéticos, y que en última instancia ejemplifica la atmósfera subcultural de Berlín?
De esta manera Pablo hace el registro de sus exploraciones con una caja negra construida por él mismo. No es para confundirse, su proyecto fotográfico no es producto de quien al abrir una cuenta en Instagram siente la necesidad de filtrar desde un ponque hasta el Coliseo Romano mismo. Sus imágenes son el reflejo de los edificios que visita, de la indefensión e indefinición en la que estos pasan los días, de la nostalgia que evocan. Nostalgia que en ocasiones es mucho más fuerte que la misma hiedra y los vándalos que los rompen. De ahí que las fotografías se vean como se ven; pues son todo un homenaje a la imperfección. Reflejan el criterio integro de quién busca hacer una crítica a las instituciones y a la manera en que el uso fructífero de estos espacios permanece bloqueado.
Encontré a Pablo en Berlín hace unos meses, y de manera generosa me invitó a ser parte de su exploración urbana. En dos sesiones intensas, visitamos antiguas cervecerías, estaciones de tren, piscinas, boleras, la antigua embajada de Irak e inclusive una villa nazi. Todo esto “ilegalmente”, porque el explorador es un “trasgresor ilegal”. De esta manera, en cada ruina se debía analizar el perímetro, saltar muros, esquivar vidrios rotos y exponerse a habitar estructuras al borde del colapso o de la hepatitis B, y lidiar con los vecinos en guardia que no hesitaron en llamar a la policía. Esto es poco parecido a excavar huecos en el piso, meter piedras en ziplock´s y limpiar ladrillos con sofisticadas brochas para luego recibir medallas y palmadas en el hombro. Esa, afortunada o desafortunadamente, es la suerte del explorador urbano: semejante a la de un inmigrante ilegal, en la forma en la que se perciben desde lo común.
Ya veremos qué saldrá de la labor que Arboleda está llevando a cabo con tanto entusiasmo y rigor, esperemos que tenga un eco visible y no se quede como un documento más de consulta en alguna escuela de arquitectura; por el bien de las ciudades y las subculturas que tanto podrían beneficiarse de la activación de estos espacios. Y, ¿por qué no?, por el bien de la UNESCO misma que tanto predica a través de sus encorbatados burocratas, quienes entre conferencias, congresos y empalagosas campañas de publicidad se han dedicado a nutrir el Disney del patrimonio, mientras que la historia de quienes no nacimos en la realeza se les pasa por las narices.!
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Este artículo fue publicado en nuestra edición impresa N. 27. Algunos de nuestros contenidos aún son exclusivos del papel. Para disfrutar de ellos, te invitamos a suscribirte AQUÍ.