Escrito por: Juan Pablo Gallón
Fotografía: Adriana Vergara y Denise Gadelha
Crunch, como Alicia, dele un mordisco a la galleta; tic toc,tico toc, siga el conejo blanco que lleva un reloj y dispóngase a entrar a un lugar al que solo se le puede llamar Wonderland.
Cisnes negros, lagos azules árboles que le rascan la barriga al sol y que en su corteza guardan historias ancestrales. Estructuras retorcidas y mágicas se hacen pasadizos secretos hacia otras dimensiones y a la vez escondites de mariposas de colores. Son estas algunas de las cosas que podrá encontrar en Inhotim, un «parque» brasileño situado en la región de Minas Gerais, en donde el arte y la naturaleza se mezclan para crear una realidad que parece hubiese sido extraída de alguna narración de ficción.
El Instituto Cultural Inhotim (localizado en Brumadinho, una población ubicada a 60 kilómetros de Belo Horizonte, una de las ciudades más grandes del país carioca) es un jardín botánico y a la vez un museo de arte contemporáneo. Con cerca de 3000 acres de bosque nativo preservado, y con una colección de 350 obras producidas por más de 80 artistas brasileños, latinoamericanos y de otras latitudes del globo, este espacio subversivo invita a todo aquel que lo visita a llevar a cabo un viaje surreal sin necesidad de psicotrópicos, a encontrar una parte del paraíso sin necesidad de haber fallecido.
Su nombre, Inhotim, proviene del apododel viejo dueño de la tierra en la que está situado, un extranjero al que la gente llamaba Senhor Tim o Nho Tim. Fundado en el 2004 por Bernardo paz, un hombre con delirio de grandeza, un dandi que «cultiva» hierro en brasil y quien es además un empedernido coleccionista de arte, este espacio ilusorio señala el camino de una nueva forma de entretenimiento que podría ser expandida con facilidad por los demás países latinoamericanos. Arte de alto grado acompañado de paisajes que quitan la respiración; museos sin paredes, sin silencios incómodos, y jardines botánicos repensados desde el pincel, la escutlura y la obra plástica. Bajo la curaduría de tres amigos de Paz (un brasileño, un americano y un alemán), Inhotim le sigue el ritmo a todos los MOMA del mundo.
Entre sus bosques, prados, o alguna de las nueve galerías que conforman el circuito artístico se pueden encontrar obras como el Rodoviária de Brumandinho, una alegoría de una parada de bus con mucha sabrosura, hecha en tinta y fibra de vidrio por John Ahearn y Rigoberto Torres; también aparecen despordantes manifestaciones artísticas como el Forty Part Motet, de Janet Cardiff, una obra en la que la artista canadiense reinterpretó una de las piezas de corales polífonicos más complejas jamás compuesta, grabando por separado a cada uno de los coristas de la catedral de Salisbury, y remplazando en su instalación cada voz por un parlante, creando así distintos paisajes sonoros por los cuales cualquier visitante puede transcurrir, perderse o liberarse.
Otra de las obras más representativas es el Sound Pavilion, realizado por el artista americano Doug Aitken, una instalación que tiene lugar en un espacio circular y de vidrio en el cual los micrófonos de alta sensibilidad transmiten los cuentos que puede narrar la Tierra cuando se escucha en ella a 200 meteos de profundidad; sonidos que podrían ser el soundtrack perfecta para una lectura de Viaje al centro de la tierra, la historia de Julio Verne. Algunas otras de las piezas artísticas que sin duda generan mayor atracción entre los visitantes son el caleidoscopio gigante y el iglú oscuro del artista danés Olafur Eliasson, o el simétrico espacio de concreto reflejado en un espejo de agua construido por el arquitecto Rodrigo Cerviño López, en el que se exponen algunas de las piezas más excelsas de Adriana Varejão, una de las artistas más avant-garde de Brasil.
Rompiendo los espacios por excelencia del museo y haciendo que el arte en su condición corpórea y orgánica se mimetice con la naturaleza, Inhotim invita a ver estas deliciosas obras de arte rodeado por hermosos jardines creados por el arquitecto y paisajista Burle Marx, envuelto en los olores de los miles de árboles nativos o de la más grande colección de palmas del mundo plantadas en el lugar, o arrullado por el apabullante susurro producido por las cerca de 130 especies de aves que son residentes permanentes en este particular escenario.
» La primera vez que fui a Inhotim fue en el 2009. Estaba sumergido en el mood de ir a un museo a ver arte contemporáneo, en cambio me encontré con un mundo lleno de flores, colores y naturaleza», dice Thiago de Oliveira, un artista visual de Belo Horizonte. » Inhotim es una galería de arte sin techo, en la que por 16 reales, lo que cuesta ir a cine a ver una película extranjera, comer pipoca y tomar guaraná, puedes en cambio acceder a una experiencia incomparable», agrega.
Este lugar, donde la belleza estalla y los sentidos se excitan bombardeados por los fuertes contrastes entre la naturaleza y plasticidad, entre agua y concreto, entre la ligereza y la densidad, invita simplemente a que experimente el deleite estético. Abierto a cientos de posibilidades, sin recorridos predeterminados, este espacio que se reconstruye y se renueva cada tanto, alienta a todo aquel que lo visita a empoderarse de propio ánimo randoom, a perderse y finalmente a dejarse sorprender. Y es allí donde también está el encanto de este lugar, en convertirse en metáfora física y viviente de libertad, por eso no es gratuito que algunos se refieran a Inhotim como una especie de Tierras Maravillosas.
«Hay pocos museos como este en el mundo, hay pocos lugares como este en el mundo. Inhotim es algo así como una realidad paralela, en la que los artistas pueden escoger el lugar en el cual llevar a cabo sus obras, lugares que pueden acentuar sus siginifcados y las reflexiones implícitas en las mismas. Este sitio también es un espacio en el que la mezcla entre arte y naturaleza ha puesto en jaque el concepto mismo del museo, por eso, por esas razones, me gusta personalmente pensar en Inhotim como un espacio que de seguro tiene un poco el código, el adn del paraíso», señala Denise Gadelha, una artisya visual brasileña especializada en fotografiá contemporánea, que desde hace unos años trabaja como guía provada haciendo recorridos en el lugar.
Atrás quedaron la samba, la pierna derecha de Pelé, las caderas de las garotas, el carnaval de Río, el Cristo Corcovado y las playas de Copacabana. Que el cliché se disuelva y que el lugar común se renueve, pues en el país carioca un Wonderland hace la venia: Inhotim.
Este artículo fue publicado en nuestra edición impresa N. 12. Algunos de nuestros contenidos aún son exclusivos del papel. Para disfrutar de ellos, te invitamos a suscribirte AQUÍ