Uno se pone a mirar con cabeza fría los vídeos de YouTube que han tenido millones de visitas, y más veces que pocas se pregunta ¿por qué diablos nos gusta ver y volver a ver cosas tan ridículas? Nuestra hipótesis es simple: YouTube es nuestro circo, el auténtico freak show de la era punto-com.
Tiene todo el sentido del mundo. No iríamos a pensar que la morbosidad que históricamente nos había llevado a entretenernos con la mujer barbuda, con el payaso que también es enano y con el contorsionista al que le falta una pierna ha desaparecido. Los escenarios donde antes la gente acudía a ver estos personajes estarán muy en vía de extinción, pero los personajes y el amarillismo que nos llevaba a verlos sin duda no lo están. Simplemente -y como todo- se han trasladado a la virtualidad. Y ahí, la gama de freaks es más amplia, el acceso a ellos, más fácil y el entretenimiento, políticamente más correcto. A uno no le da pena reírse del enano de edad y género inciertos que, pegado a la cámara, hace una fono-mímica payasesca de Teenage Dream (48,778,241 de visitas) o burlarse de Wendy Sulca, la niña peruana que se hizo famosa por hacerle una canción a la tetica de su mamá (7,075,844 de visitas). Uno supone que si esta gente decidió grabarse y poner su video en YouTube, uno está, cuando menos, en su derecho de soltar la carcajada. Pero la pregunta es ¿por qué la fascinación, por qué los millones de visitas, por qué postearlo en Facebook y volvérselo a ver?
Propongamos una respuesta: Porque haciéndolo, reafirmamos nuestra llamada “normalidad”. Nos gusta saber que hay locos sin filtro allá afuera porque eso define las fronteras de nuestro yo, y “yo” es el papá que llevaba a su hijo a ver el circo del pueblo, el neoyorquino que aún hoy se pega el viaje a Coney Island para ver el freak show de turno y nosotros, que no youtubeamos, pero esperamos que otros lo hagan para poder ver el show desde la comodidad de nuestro computador.
¡Que comience la función!