Por Franklin Aguirre
Docente y curador
Coleccionar objetos implica una forma de preservar la memoria y a la vez, una manera de comprender el mundo.
Los juguetes son los primeros objetos que configuran el mundo del niño, quien posteriormente se rodeará de otros accesorios que le ayudaran a interactuar con su entorno. Estos objetos reflejan no solo su mundo, sino constituyen metáforas de las dinámicas sociales que en etapas posteriores de crecimiento deberá comprender y poner en práctica. Sin embargo, tales metáforas se repiten y agotan, evidenciando la necesidad de de–construirlas o reconfigurarlas. Tal reordenamiento sucede a partir de las narrativas del sujeto, sus elementos de reconfiguración o los mensajes e insumos que los medios le ofrecen.
La estandarización de los objetos después de la Revolución Industrial, provoca sensaciones de pertenencia y comodidad en los grupos sociales tradicionales;pero en las nuevas generaciones la estandarización ocasiona rechazo debido a que el sujeto persigue su autenticidad y originalidad. Así, los productos son intervenidos con características diferentes a su producción inicial y se “customizan”, es decir, se “personalizan”.
En los últimos años la industria detectó y apoyó esta práctica, en la medida en que produce “prototipos blancos” de sus productos o versiones básicas de ellos, para promover las intervenciones de los usuarios. Esta coproducción es interesante ya que el “producto”, o más bien el objeto, matiza su configuración inicial gracias a la experiencia y a las necesidades particulares del usuario quien propone nuevas vías de uso o apropiación.
El mundo del espectáculo y el entretenimiento, ha llegado a tal grado de especialización que sus productos están fuertemente protegidos por entidades legales, tanto locales como internacionales, encargadas de vigilar la fidelidad y veracidad de sus artefactos. Sin embargo, el mundo del arte parecería hacer caso omiso a este fenómeno, pues desde hace décadas recurre a imágenes u objetos icónicos para re–semantizarlos a través de la apropiación. Este incierto lugar propicia la revisión de los contenidos en juego: beneficia a largo plazo a los dos referentes —el diseño y las artes— cuando son puestos en circulación de manera simultánea.
Álvaro Pérez, artista formado en el mundo del diseño industrial, conoce claramente los procesos de la esfera del diseño y los incorpora de manera crítica en su obra. En términos formales, el amplio conocimiento de los materiales y acabados hacen que la factura de estas intervenciones sea alta. Estas intervenciones o reelaboraciones llegan a su culmen crítico cuando utiliza el color como un elemento que cuestiona la lectura inicial del objeto, detonando de ésta manera, un flujo de re–semantizaciones y asociaciones. Relaciones que finalmente se establecen a partir de los juicios y prejuicios del espectador sobre la esfera del arte y del diseño, quien entra en el juego al ver la obra y cuestionar su propia lectura.
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