Por: Laura Suárez González
Durante la recién terminada Fashion Week de Paris, la ciudad de la luz se vio más iluminada que nunca. Gracias al buen tiempo y a unos días cada vez más largos, los participantes del sueño de la moda afinaron sus siluetas y mostraron sus prendas más coloristas. Parisinos y gentes llegadas de todas partes del mundo eligieron lo más exquisito de sus armarios para regalar a la mirada de los curiosos un despliegue único de charme y buen gusto. Le Jardin des Tuilleries, el Grand Palais o el Musée Rodin, entre otros, fueron los escenarios clave en los que diseñadores, modelos, celebrities, fotógrafos y entusiastas del estilo danzaron al unísono el baile único y casi mágico de la moda francesa. Looks arriesgados compuestos rigurosamente para cada ocasión, zapatos imposibles, complementos de diseño exclusivo, tocados y sombreros de colores -sobre todo muchos colores que hacían un guiño cómplice a la tan esperada primavera- vistieron de forma excepcional a la ciudad de Baudelaire, Poiret y Edith Piaf. Sin duda no fue por azar que un Balzac dedicase su pluma en el siglo XIX a un Tratado sobre la vida elegante. Cada semana de la moda de París devuelve a sus calles la tradición de los más refinados dandys, los amantes de la etiqueta, la fineza de la toilette o la seducción de las provocativas flappers, todo ello bajo el manto único y encantador de los que saben que la distinción pasa por esas pequeñas escenas en las que, como el caminar o el sostener un cigarrillo, uno hace de sí mismo una especie de obra de arte.