Margo Ovcharenko tiene 21 años y una de las carreras fotográficas más prometedoras del momento. En una cultura visual donde uno lo ha visto casi todo, ¿qué hace de sus retratos algo distinto a todo lo demás?
Su atemporalidad o algo que es todo lo contrario; algo que incluye todos los tiempos y por tanto, desconcierta. Los sujetos de Ovcharenko son jóvenes, como ella, pero están envueltos en una melancolía tal que pareciera que hubieran vivido montones de años. “Al final, un buen retrato no es el retrato de una persona, sino de la historia que carga sobre sus hombros. La imagen que resulta es la concentración de emociones y la belleza de su experiencia como ser humano”, dice Margo. Esa sensación de historia contenida, sumada a un manejo del color y la luz muy similar al de la pintura del siglo diecinueve, nos hacen oscilar entre antes y ahora en cada uno de sus retratos.
Ovcharenko trabaja sobre todo con sus amigos cercanos, evitando la pose y resaltando la vulnerabilidad de cada persona. De ahí, quizá, el grado intimísimo de estas fotografías, que no son provocadoras ni imponen nada con brutalidad, pero son un testimonio, trágico y bello a la vez, de lo que es existir.
Margo Ovcharenko nació en Krasnodar, Rusia y se mudó luego a Moscú, donde estudió en el Rodchenko School of Photography. Su trabajo ha hecho parte de los festivales de fotografía más reconocidos y ha sido expuesto en Suiza, Dinamarca, Estados Unidos, Rusia y Francia. Recientemente finalizó una residencia en FABRICA, Treviso, Italia, y actualmente está representada por The Russia Tea Room Gallery en París.